Doris Romero, propietaria de la librería Otelo, conversa y sonríe en las últimas horas del 2024 (EL SIGLO DE TORREÓN/RAMÓN SOTOMAYOR)
Buenos tiempos han vuelto a sonreír a la librería Otelo y a su propietaria Doris Romero. Luego de que en agosto pasado tuviera que desalojar el que fue su local por más de doce años, limpiar lágrimas, sacudir recuerdos, llenar decenas de cajas de libros y guardarlas en una bodega, hoy la calle Treviño ha brindado nuevo refugio a uno de los patrimonios literarios más importantes de la región. Esto no hubiera sido posible sin sus clientes y amigos, quienes siempre se han mostrado solidarios, fehaciente prueba de que la lectura es capaz de unir a los laguneros.
Doris conversa y disfruta de las últimas horas del 2024, año de sombras y luces. En la mesa se forma el paisaje habitual colmado de libros usados: Margo Glantz, Carlos Fuentes, Paco Ignacio Taibo II, son algunos de los autores que saltan a primera vista. Suena la música del ayer a través de una consola. Su semblante ha cambiado, se muestra tranquila, agradecida con quienes le ayudaron en la mudanza al cargar libros y anaqueles.
“Nos pidieron el lugar un día y fue horrible, porque nunca me imaginé que iba a pasar. De momento dije ‘no, pues esto se va a cerrar’, porque para encontrar un lugar aquí cerca es bien difícil. Hay varios, pero están carísimos”.
Doris lloraba, estaba en duelo, triste. La librería fue fundada en 1989 por su esposo, don Jaime Martínez, quien falleció en 2020. Su nombre se debe al soldado moro de William Shakespeare. Pasó por varios domicilios. Primero estuvo en la avenida Matamoros, junto al Teatro Isauro Martínez, luego sobre la calle Galeana, hasta instalarse en el número 666 de la avenida Juárez, tras la construcción de la Plaza Mayor en 2012. Pero los propietarios, con quienes se siente agradecida por todo el tiempo que la albergaron, necesitaron el lugar. No le quedó más remedio que aceptarlo. La mala nueva encendió las alarmas entre los estantes repletos con más de diez mil ejemplares. ¿Cómo perder todo ese patrimonio, desprenderse de esa tradición de más de 35 años? ¿A dónde ir con los elevados alquileres que se manejan en el centro de la ciudad?
Los medios se enteraron de la noticia. El Siglo de Torreón fue el primero en acudir y aquella nota se volvió viral. La Otelo comenzó a recibir a decenas de personas que buscaban aprovechar las rebajas, despedirse del recinto y darle una muestra de apoyo a Doris. Fue así como llegó un joven acompañado de su novia. Escuchó a Doris acongojada y le dijo que tenía un local disponible a la vuelta, en la Treviño, que se lo rentaría barato. Entonces la historia volvió a dar un giro de tuerca, desmintiendo el mito de que las buenas narrativas nunca tienen finales felices.
“Se dieron cuenta de que íbamos a cerrar y se dejó venir la gente. Gracias que no nos han dejado, es una maravilla que las mismas personas de hace mucho siguen aquí”.
Después había que empacar, llenarse las manos de polvo, desalojar los estantes grises que parecían edificios dentro de aquella vieja construcción. Pero la mudanza tardó un poco, porque el nuevo local requería mantenimiento para ser ocupado. Mientras tanto, Doris tuvo que resguardar libros y revistas en una bodega que le prestaron, sobre la calle Valdez Carrillo. Finalmente, recibió las llaves de Treviño 259, entre Juárez y Morelos, el día 5 de octubre.
“El Día de Muertos hicieron afuera un evento y muchísima gente vino, mucha gente entró. Nosotros normalmente cerramos a las siete, pero ese día, como era el evento, yo quería verlo y aquí me estuve hasta las diez de la noche, y la gente entraba”.
Shakespeare escribe en una parte de Otelo: “No habiendo remedio, las penas acaban al vernos ya libres de todas las ansias”. Diciembre ha sido un buen mes para la librería, pues los lectores acuden en busca de un regalo especial para sus seres queridos o para los intercambios del trabajo. Buscan sobre todo libros juveniles, alguno de Borges, otro de Dostoyevski, de Albert Camus, de Oscar Wilde.
“La otra vez vino un gringo y estaba encantado con la librería. Muy seguido viene gente de fuera. De Ciudad Juárez viene un doctor. Siempre hemos tenido público, pero ahora con el cambio les gustó mucho. Ellos le dicen a otro y la van recomendando. También vinieron unos chavos de Monclova. Y el otro día vino el escritor Vicente Alfonso, con su hermano Toño. Ellos, siempre que vienen, llegan aquí, a la librería”.
AMOR POR LA LECTURA
Doris Romero es jubilada, madre de tres hijos, abuela orgullosa y lectora voraz. Lleva espíritu de librofila y el arte de la palabra en la sangre. Los libros la han dotado de una gran sensibilidad y se preocupa por los jóvenes que no se acercan a ellos. A veces sale del local y, mientras las góndolas del teleférico le pasan encima, detiene a un grupo de estudiantes, les pregunta qué están leyendo y los invita a entrar. Algunos de ellos se burlan, pero otros le toman la palabra y por un momento se sumergen entre páginas e historias.
“Siguen llegando libros. Siempre ando platicando de la librería. Si voy en un taxi, al taxista le digo: ‘¿Tú lees?’. Ya me dice si no o si sí. ‘Pues mira, la librería Otelo, así, así y así’. Y a toda la gente. Y entonces le platiqué la situación a la dueña de una joyería y me dijo: ‘¡Ay, no es posible! Mi papá era médico y falleció, no hallo qué hacer con sus libros y son muy buenos. Te los voy a donar’. Entonces así surgen muchas donaciones, porque siempre ando hablando de la librería”.
En el año 640 ardió la biblioteca de Alejandría, en Egipto. El recinto albergaba el acervo científico, filosófico y literario más grande que jamás ha visto la humanidad. Hoy en día los investigadores son incapaces de calcular las obras que se perdieron en aquel suceso. Siglos y siglos de historia desaparecieron para siempre. Cuando una biblioteca o librería cierra, es como si se replicara un poco la tragedia alejandrina, por eso es de celebrar que lugares como la Otelo subsistan pese a las adversidades.
“Infinitas gracias a la gente que de repente llega, que nunca habían venido y les gusta. Y a los que siempre han venido, benditos sean”.
Entre los clásicos libros verdes de Grolier y los Sepan Cuantos de Porrúa, entre las biografías, la sección de novelas policíacas, el espacio reservado para escritores coahuilenses, los libros de psicología, las discontinuadas enciclopedias y demás volúmenes, Doris Romero muestra un ejemplar de Una juventud difícil, de Taylor Cadwell, su actual lectura. Ha empleado una hoja de papel como separador, para recordar dónde retomar, para saber dónde volver a empezar.