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Los pilares de la República

CARLOS GARCÍA FERNÁNDEZ

Confieso que cuando pensé cómo intitular esta primera columna que, a partir de ahora, escribo gracias a la invitación de Don Juan Francisco Ealy Ortiz y Don David Aponte, vino a mi mente la magistral obra de Ken Follet: Los Pilares de la Tierra.

Así pues, mutatis mutandis, de los varios pilares que le dan soporte y fortaleza a la República, son cuatro los que considero estructurales: educación (de calidad), democracia (participativa), Estado (de Derecho) y economía (competitiva).

Por lo que hace a la educación, educar proviene del latín 'educere', que nos remite a la mayéutica socrática en términos de hacer florecer y fructificar todo el potencial del educando. Al final de cuentas, como escribió Publio Terencio Africano, en su comedia "Heautontimorumenos" (165 a.C.): "Soy un hombre, nada de lo humano me resulta ajeno".

Pero, educar va más allá del mero instruir: hoy en día, nos allegamos de textos 'ad nauseam'; pero, ¿qué hay del con-texto? Gozamos de acceso a una cantidad infinita de información; pero, ¿qué decir de la calidad de la formación?

Recuerdo una anécdota contada por un amigo, que bien ilustra lo anterior: era pequeño e iba en el automóvil con su madre, cuando un auto se cruzó en su camino, pasándose el conductor la señal del alto en el semáforo. Como aún no había cinturones de seguridad en los asientos traseros, debido al obligado enfrenón mi amigo salió disparado a la parte delantera del mismo, golpeándose la cabeza en el tablero. Preguntó, entonces, a su madre: "¿por qué ese señor no tiene educación vial?" A lo que ella replicó: "déjalo en educación, 'mi'jito', déjalo en educación".

Para Jürgen Habermas, "nuestro mundo de la vida está concebido en cierto sentido "aristotélicamente". En la vida cotidiana diferenciamos -sin pensarlo dos veces- la naturaleza inorgánica de la orgánica, las plantas de los animales, y la naturaleza animal, a su vez, de la naturaleza racional-social del ser humano" (El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, Ed. Paidós). Y esta última sólo alcanza su madurez, integridad, sentido de trascendencia y responsabilidad social a través de la educación de la persona, único factor que constituye el diferenciador esencial con respecto al resto de los seres del universo conocido.

Y, así, el sentido y la finalidad de la educación se plantearon desde la Grecia clásica, en que Platón fundó la Academia (alrededor del año 387 a.C.) y Aristóteles el Liceo o Escuela Peripatética (alrededor del año 336 a.C.), pasando por los sofistas, hasta llegar a la conformación de las primeras universidades en la baja Edad Media, en el marco de la Europa cristiana: Bolonia, Oxford, Cambridge, Palencia, Salamanca, Padua, Nápoles, Valladolid, París.

Dado que la razón de ser de la educación siempre ha sido y será el educando, el resto de los actores (madres y padres de familia, maestras y maestros, legisladores y gobernantes) y factores (bibliotecas físicas o virtuales, tecnologías de la información y de las comunicaciones, inteligencia artificial, legislación, políticas públicas y presupuestos, entre otros) han de ordenarse y alinearse con tal fin: maximizar el aprendizaje de las y los estudiantes, para sacar de ellas y ellos mismos (i.e. mayéutica) lo mejor de sí, para el bien suyo y de su sociedad.

Vistos los signos de los tiempos, ¿cómo va México?

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