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Recuerdos de una vida olvidable

Lupe, la hipocresía y la seguridad nacional

MANUEL RIVERA

Estábamos en el lugar donde suelen registrarse las conversaciones más importantes: la cocinade la casa.

"Lupe llegó ayer con moretones en la cara y le pregunté qué le había pasado", dijo mi mamá mostrando franco interés en lo que había acontecido a nuestra empleada doméstica.

"Me comentó que su esposo la golpeó otra vez", abundó mi progenitora, quien, sin darme tiempo para preguntarle cuál debía ser la posición de nuestra familia en el caso, continuó su relato.

"Lupe, le dije, no puedes seguir permitiendo eso, ni por ti ni por tus hijos. ¿Qué vas a hacer si un día te da un mal golpe?", narró como si volviera a vivir el momento y, otra vez sin darme tiempo para hacer algún comentario,continuó: "Ándale, te acompaño ahorita mismo a poner la denuncia para que se lo lleve la policía".

Si en su presente no tuve la inteligencia y sensibilidad para entender el feminismo y humanismo de mi madre, en su recuerdo aparecen continuamente sus principios.

"Me iba a quitar el delantal y secarme las manos, porque estaba lavando los trastes, y ¿qué crees que me dijo Lupe?", expresó y, de nuevo, se adelantó a mi posible respuesta:"'¡Déjelo, señora, no se meta, por eso él es mi marido!', me reclamó, ¿tú crees?", relató y subrayó con la expresión de su rostro primero la sorpresa y, luego, la molestia por el desaire a su buena intención.

Saco a flote ese recuerdo a propósito de acontecimientos recientes que parecen seguir el mismo razonamiento de Lupe: mis problemas son sólo míos y no tengo por qué aceptar que alguien se meta en ellos, aunque quiera ayudarme para resolver un problema que bien sé tengo.

Tal postura plantea, en primer lugar, la reflexión acerca dela observancia de la libertad del individuo, aun para hacerse o sufrir daño, aunque en segundo término alguien podrá traer a colación temas como el masoquismo y la necedad, para después, yendo posiblemente al fondo del asunto, cuestione si lo que parece un caso de respeto a la voluntad de quien recibe una agresión es en realidad la renuncia a la libre conducción de su vida,para ceder el mando al agresor.

Extraigo este caso de mi memoria hoy queredes sociales y medios tradicionales citan con frecuencia los nombres de Emilia Pérez y Claudia Sheinbaum, el primero identificado con una sobresaliente película y el segundo con la primera presidenta de México.Ambas denominaciones recuerdan dos aspectos relacionados con el caso de Lupe.

En uno aparecen opinadores irritados no por la verdad de un hecho que tiene lugar en México, sino por darlo a conocer internacionalmente, sumando a su posición farisea críticas que asumen que una película como "Emilia Pérez" debe sujetarse al rigor de la forma de un documental o de una cinta costumbrista, cuando una obra así presenta la visión de un artista que como tal tiene licencia para crear su propio universo. Protestar por la exhibición del México de la delincuencia y de los desaparecidos, es hipócrita y cobarde, pues supone que con tapar la razón con la banderay cerrarlos ojos desaparece la realidad aunque esto haga imposible cambiarla.

En otro plano, se observa a una presidenta que ante la oportunidad histórica para erigirse en la líder capaz de unir a todos los mexicanos agraviadospor su homólogo estadounidense, opta por recurrir también a la exaltación fácil que pretende la inexistencia del problema de seguridad nacional que todos los días hacen presente las lágrimas delas familias de los desaparecidosy la sangre en las calles.

Abro aquí un paréntesis solicitado únicamente por la formación que me dio mi abuelo: podré disentir de un gobierno, pero nunca desear su fracaso. El desacuerdo con Claudia (espero no mortificarla) jamás será mayor a mi conciencia de mexicano, perotampoco permitiré que el orgullo de mi origen me ciegue frenteal sufrimiento del prójimo.

Aceptemos lo evidente: el crecimiento de la guerrilla delincuencial es ya irreversible en el mediano plazo trabajando sólo desde un lado de la frontera.

Recuerdo la misión periodística que viví hace más de cuatro décadas -de la que por obvias razones hoy evito dar detalles-, en una zona rural del occidente dedicada al ciclo integral del cannabis, lugar del que regresé con una conclusión: el nivel de vida de la población visitada, generado por una estrategia visionaria, para el bien o el mal, había construido una base social comprometida para defender a quien o quienes daban los resultados que no entregaban ni las instituciones del Estado ni la democracia.

Caben aquí nuevamente las palabras del expresidente uruguayo José Mujica, que recuerdan que ninguna sociedad puede hacer frente a sus mayores problemas por sí sola. Las crisis, apuntó, serán superadas únicamente si el hombre razona como especie, no como país o clase.

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Escrito en: Recuerdos de una vida olvidable columnas editorial Manuel Rivera

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