Históricamente hablando, la razón de ser de los Escudos de armas y blasones es el de servir como emblemas que mancomunen a un Príncipe o Estado-Nación, distinguiéndoles en cuanto términos legales y de representación frente a otros pares a la hora de entablar relaciones con los mismos, patentar la posesión titular sobre un determinado bien, delimitar su rango geográfico o dirimir conflictos ante iguales.
Aunque esta práctica en si buen puede rastrearse desde el mundo antiguo hasta la Roma Imperial, en realidad suele ser una costumbre más típica-por no decir exclusivamente característica-de la Europa Medieval, que fue la época por excelencia en la que tras la caída del Imperio Romano de Occidente, tanto las tribus de bárbaros invasores como los antiguos ciudadanos de esta hegemonía buscaron mestizarse y enlazarse con las antiguas glorias de una cultura hegemónica que se extendió en su momento a lo largo de tres continentes; razón por la que tanto los sobrevivientes como los recién llegados logran mezclarse, fundando nuevos reinos y estableciendo un linaje que habrá de regir, para la posteridad, sobre determinadas regiones.
Parte de esta costumbre buscará distinguirse de otros reinos iguales aunque buscando enaltecer la gran labor de haberse fusionado a grado de autoproclamarse como herederos legítimos de la gloria de los antiguos Césares.
Esta tradición a su vez será asimilada a un tiempo durante la Baja Edad Media en la Península Ibérica, en lo que a la postre habría de convertirse en el Imperio Español, del que tanto México-como reino integral o Virreinato-al igual que las demás naciones hispanoamericanas heredarán también esta costumbre europea de distinción, aplicándola lo mismo a sus próceres conquistadores (indios y españoles por igual) que a las villas, ciudades y capitales fundados por ellos; tal como sería el caso del actual Escudo de la Ciudad de México, concedido nada menos que por el Emperador Carlos V como distinción a esta urbe el 4 de Julio de 1523.
Recientemente, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, informó que por motivo de los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán (que se cumplen este 2025) se creará un nuevo Escudo por este evento histórico.
Este anuncio fue dado a conocer por la mandataria capitalina así como por varios funcionarios locales en una conferencia de prensa realizada en el Centro Histórico de la capital del país, el martes 31 de diciembre.
Destacó que se hizo un llamado a historiadores, académicos, personas de la sociedad civil, miembros de la comunidad cultural, así como integrantes de los pueblos originarios y actividades de la mexicanidad para que se convoque a un proceso amplio y plural, con la finalidad de crear un nuevo Escudo de la Ciudad de México: es decir, algo que nadie pidió y que por lo que se ve, probablemente terminará igual que el "Nuevo Himno de la Ciudad de México" estrenado el año pasado y que, por su impopularidad, nació muerto.
Lo anterior se presenta justamente cuando las principales Líneas del Metro que hace algunos años cobraron vidas, como la 3 y la Línea 1, amenazan con nuevos y prolongados cierres por falta de mantenimiento; o mientras la inseguridad en la capital y la falta de limpieza se han vuelto más que evidentes, como no se veía desde hace veinte años.
Dicho Escudo representará un mapa de la Ciudad de México con un corazón del que se desprende un nopal, acompañado de otros elementos como ajolotes, flores de cempasúchil y un ahuehuete, a manera de propuesta para nuevo logotipo del gobierno capitalino de la administración de Brugada.
Ahora bien, si en realidad esto fuera una nueva tendencia por encima de una simple ocurrencia por demás demagógica y populista-para escatimar la atención urgente a los problemas reales-también cabe señalar que sería el momento ideal para cambiarle el nombre a nuestra Nación por uno "más inclusivo y representativo", puesto que siendo el nombre y escudo actual de origen mexica, este no estaría representando en absoluto a las más de 200 etnias indígenas del país, desde el más crudo centralismo.