La casa no lo deja entrar. Arde la leña de manzano en la chimenea que hizo don Tomás Meriño, el albañil del rancho. A los ladrillos que forman la repisa les limó el filo para hacerlos curvos. "Buche de paloma, licenciado", me dijo con orgullo.
El fogón de la cocina nos ampara contra todos los fríos del cuerpo y los del alma. El agua hierve en la olla para hacer los ricos tés de menta y yerbanís. Acabada la cena doña Rosa relata otra de las acciones de don Abundio, su marido.
-De niño fue bolero en el Saltillo. Iba al cuartel de los soldados. Andaba por ahí un perrillo, y cuando salían los militares les meaba las botas. "¿Se las limpio, jefe?" -les ofrecía Abundio. Y se ganaba muy buenas propinas. Luego, a escondidas, le daba un terroncito de azúcar al perro, pues lo había entrenado para hacer las meadas.
Reímos todos. Don Abundio no. Masculla:
-Vieja habladora.
Ella figura con los dedos el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!..