La blancura del cierzo helado que cubre las plantas del jardín, lejos de ser amenazante, es visión grata que me hace recordar las nieves que en paisajes del mundo he contemplado.
Tibios están los aposentos. En la chimenea de la sala arde un fuego que pone calor lo mismo en el cuerpo que en el alma. Un ponche con tripas -esto es decir con generosa añadidura de generoso ronhace que en la grisácea opacidad del día me asolee el más soleado sol.
Si me vieras ahora con mi gorro, mi bata y mis pantuflas pensarías que estás viendo a un personaje de Dickens, de “El grillo del hogar”, quizá, o a alguno de los amigos del amistoso Pickwick. Cuando la noche llegue me arrebujaré en la cama con mis cobijas de lana y mi edredón de plumas, y dormiré como el más bendito de todos los benditos.
Ni siquiera pensaré en aquéllos a los que el frío sí les da frío.
¡Hasta mañana!