Llegó sin previo aviso y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el gato encerrado. No me asombró oírlo hablar. Leí de niño las fábulas de Iriarte y Samaniego, y aprendí que en el mundo de la fantasía, menos fantástico que el de la realidad, no sólo hablan los gatos, sino también los perros, las zorras, las serpientes, los conejos, las ranas, los burros y hasta algún objeto inanimado, como la lima del cerrajero.
Yo, lo he dicho ya, no suelo tener trato con los gatos, por más que sé que hay quienes encuentran en ellos grata compañía y lealtad, sobre todo si los han llevado con el veterinario. Así, le pregunté al minino:
-Si es usted el gato encerrado ¿por qué entonces anda suelto?
No se dignó contestarme. Adoptó la mayestática pose jeroglífica con que los gatos muestran ser superiores a los perros, a los hombres y a los dioses, y me dejó con la pregunta en la boca.
Guardé silencio. Los gatos, ya se sabe, son muy especiales.
Pero pensé: aquí hay gato encerrado.
¡Hasta mañana!...