Este señor vive en una antigua casa de la antigua calle de Santiago.
Vive solo. Sus padres murieron hace muchos años, y la única hermana que tuvo falleció hace algunos. No tiene ayuda, como dicen las vecinas para significar que no tiene cocinera que le haga la comida ni recamarera que le tenga limpios los cuartos. Cuando alguien comete la indiscreción de preguntarle cómo le hace, él responde con sólo tres palabras:
-Me las arreglo.
Trabaja este señor en la Administración del Timbre, que así se llama una oficina de recaudación de impuestos. Tiene 30 años de trabajar ahí. Todos los empleados dicen que sólo va a salir de su oficina con los pies por delante, o sea hasta que muera, porque es el único que sabe todos los complicados manejos de la dependencia y todos los manejos, no tan complicados, de los administradores que por ella han pasado.
Algún día morirá este señor. Todos los señores -y todas las señoras- mueren algún día. Nadie asistirá a su entierro. Días después llegarán a la casa unos sobrinos lejanos, hijos de un lejano primo, y pondrán en la ventana un letrero: "Se vende". Nadie la comprará. Al paso del tiempo los techos se caerán, y las paredes amenazarán ruina. Hoy nadie recuerda el nombre de su antiguo dueño. Está olvidado. Quiero decir que está verdaderamente muerto.
¡Hasta mañana!...