La noche había caído ya cuando San Virila emprendió el camino de regreso a su convento después de haber pedido en la aldea el pan para sus pobres.
Se topó con un hombre que le dijo:
-Soy incrédulo. No creo ni siquiera en mí mismo. Haz un milagro. Quizás entonces pueda yo creer.
Le preguntó el frailecito:
-¿Desayunaste hoy por la mañana?
Respondió el hombre:
-Sí.
-¿Comiste a mediodía?
-Sí.
-¿Cenaste hoy por la noche?
-También.
Le dijo entonces San Virila:
-Tres milagros hubo hoy en tu vida, entre otros muchos, y no supiste verlos. Así, tampoco verás el que haga yo.
De esto ha pasado mucho tiempo. El hombre sigue en su incredulidad. Y también sigue desayunando, comiendo y cenando todos los días.
¡Hasta mañana!...