Ya casi nadie se acuerda de las siete obras de misericordia que el padre Ripalda enunció en su famoso catecismo: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, dar posada al peregrino, redimir al cautivo, enterrar a los muertos...
La caridad, entendida como el hecho de compartir lo que se tiene con los que nada tienen, se considera ahora una acción anacrónica, obsoleta. Antes la gente hallaba gozo espiritual en ser caritativa; ahora esgrime zarandajas como aquélla de no dar el pescado, sino enseñar a pescar, y piensa que velar por los pobres es función que corresponde a los gobiernos.
Y sin embargo sigue habiendo pobres. En ellos los cristianos deberíamos ver a Cristo, que encarna cada día en la pobreza humana para darnos una oportunidad de ir hacia él.
¡Hasta mañana!...