Si no creemos en el renacer de la vida perdidos somos.
Si una nueva vida no es, la muerte será, y así quedamos destinados a la nada.
Sin la esperanza todo es desesperación, y en ella puede ser el mal, y el odio puede ser, y no hay diferencia entre mal y bien, odio y amor, mentira o verdad, y todo es lo mismo y da lo mismo todo.
Lo que nos hace ser hombres es eso que en unos se presenta con claridad de luminosa fe y en otros como apenas vaguísima intuición: la idea de un Misterio dueño de la vida y de la muerte. Más aún: la convicción de que no hay muerte. No sabemos, no podemos saber, qué vida hay después de ésta. Tampoco el feto, vivo en el vientre de la madre, podía conocer la otra forma de vida que viviría luego de nacer. Así nosotros: ignoramos la forma de vida que viviremos luego de morir. Pero algo somos, y con todas las fuerzas que da el ser rechazamos la sola idea de la muerte total, de la nada, de la definitiva y absoluta desaparición.
Hoy, que para los cristianos es el día de la Resurrección, celebremos también la esperanza de nuestra propia, eterna resurrección.