Este amigo con el que tomo la copa -varias- los martes por lo noche me pidió ayer que hiciéramos un brindis en homenaje a la memoria del buen Papa Francisco.
Varios hicimos, a decir verdad, uno por cada una de las cualidades del Pontífice: su sencillez; su bondad; su comprensión de los incomprendidos; su deseo de hacer que crezcan nuevas ramas en el árbol de lo Iglesia sin escandalizar a quienes sólo cuidan las que creen sus raíces.
Quizá los numerosos brindis fueran causa de que mi amigo dijera de repente:
-Creo en el Espíritu Santo. Fue él quien me ayudó a aprobar el examen de Trigonometría en el bachillerato. Espero que inspire a los cardenales para que el sucesor de Francisco sea conservador, de modo que preserve en la Iglesia el espíritu de su fundador, y al mismo tiempo progresista, para que no la inmovilice y haga en ella los cambios que millones de sus fieles pedimos, cambios fincados en el respeto a la naturaleza humana, en la consideración a la mujer y en la comprensión a los que ahora son rechazados por quienes ponen el dogma por encima del amor.
Mi amigo estaba un poco achispado. Quizá por eso estuvo tan inspirado.