John Dee leía mucho. Eso hacía recelar de él a los sabios de su tiempo, astrólogos, cabalistas y practicantes de la nigromancia, la oniromancia y otras variadas formas de adivinación.
Así, lo denunciaron ante el deán de la catedral, que lo sometió a un severo interrogatorio. Le preguntó:
-¿Leéis los libros sagrados?
-Los leo siempre -respondió el filósofo-. Miro el cielo, el mar, el bosque, las criaturas de la naturaleza, la mujer, el hombre, el niño. También con humildad leo en ese libro sagrado que soy yo, el centro del universo y la medida de todas las cosas.
Inquirió el deán:
-¿Y la Biblia? ¿Y los textos de los Padres de la Iglesia?
-También los leo -contestó él-. Pero con cuidado, para no dañar la lectura de los libros que escribió nuestro Creador.
Ordenó el deán a los acusadores de John Dee:
-Dejadlo en paz. Es inofensivo. Está loco.