Si los vegetarianos probaran la barbacoa que hacemos en el Potrero de Ábrego se acabaría el vegetarianismo en México.
Es de pozo, como Dios manda. (Imagino al Padre Celestial sentado en su trono y decretando con majestuosa voz: “La barbacoa debe ser de pozo”). Envuelta herméticamente en fuertes lienzos, y con añadidura de pencas de maguey que le darán sabor, la carne se mete a eso de los 8 de la noche en el pozo con piedras hechas lumbre; se tapa con tierra bien cernida para evitar que se salgan el calor y el humo, y se saca en la mañana a la hora del almuerzo.
¡Qué delicia! No es esta barbacoa bocado de cardenales, y ni siquiera de Papas. Es manjar divino que se disfruta con tortillas de harina y de maíz, cilantro y cebollita, salsa roja bien picosa y acompañamiento del café serrano que se bebe en la montaña. ¿Gula? ¡Qué chingaos! Pecado es hacer de esta delicia un pecado.
Y aquí suspendo la escritura. Estoy recordando esa barbacoa del Sábado de Gloria en el Potrero, y me resulta muy difícil escribir con la boca hecha agua.
¡Hasta mañana!...