"Todo con medida"
Existen dos entidades arquetípicas que moldearon y motivaron las artes en las antiguas Grecia y Roma. Tales son Apolo y Dionisio.
Dionisio, es el Dios del desenfreno, del vino y de la pasión desenfrenada. Por su parte Apolo, Dios de la belleza y de las Bellas Artes. La etimología de Apolo es muy interesante: "A" es un prefijo que denota "privación de" y "polo" significa extremo. Así, Apolo significa literalmente la idea de la mesura, del equilibrio, de aquello que nunca va a los extremos. Por ello, Apolo es el Dios de la belleza, ya que bajo el ideal griego, bello es todo aquello que muestra equilibrio y mesura. Las diferentes etapas de la historia del arte en occidente han ido y venido de Apolo a Dionisio.
La segunda mitad del siglo XVIII corresponde al llamado período clásico, a Apolo, a la mesura, al equilibrio, al preciosismo…, a Mozart. Pero la música de Mozart no es un monolito estructural, ya que como es de esperarse, fue evolucionando y madurando con los años. El Mozart temprano, digamos hasta los 17 años, recoge la influencia del barroco a través de su padre y sobre todo del estudio de Johann Sebastian Bach. El Mozart tardío ya muestra atisbos del Romanticismo por venir, digamos en su sinfonía 25, 40 y no se diga en su 41. La parte media, la que abarca la mayor parte de su propuesta es una digna muestra del equilibrio y la belleza apolínea.
Uno de los ejemplos típicos de esta belleza es el Concierto para violín No. 3 en sol mayor K. 216 escrito a los 19 años en 1775. Siendo Konzertmeister en la Corte de Salzburgo, escribe este concierto para su amigo violinista Gaetano Brunetti. Ahora bien, antes de describir el concierto, recordemos el concepto de equilibrio: Racionalismo-intuición, cuerdas-alientos, locura-cordura…, todo en su justa medida.
La estructura es la típica de tres movimientos, aunque el final Mozart lo presenta con encantadoras y finas bufonerías. El tema de inicio lo toma de su última ópera escrita hasta ese momento: Il Re Pastore. El tema es ligero y elegante con un solo de violín elegantemente ornamentado. El segundo movimiento presenta un acompañamiento inicial largo que prepara la escena para la llegada de un violín solista meditativo, en un acto de profunda introspección sin perder la cordura. El finale es un baile alegre: Pareciera como si su Papageno se asomara del futuro. Además, increíblemente Mozart introduce también una melodía de la región de Alsacia, por lo que él mismo bautizara a su concierto: Strassbourg.
Como vemos, Mozart era en verdad impredecible.
Por cierto, el concierto no termina con un violín o con cuerdas, sino con alientos. Este concierto es la prueba fehaciente de "todo con medida": Una columna griega en el primer movimiento que denota elegancia y distinción, un segundo movimiento con un tema como caído del cielo, generando una experiencia profundamente espiritual, y un tercer movimiento, locuaz, folclórico y divertido... , todo en un mismo concierto.
Si la ética de Aristóteles pudiera expresarse con música, ésta sería la obra que más se ajustaría a las exigencias del estagirita, pues la respuesta a muchas de nuestras interrogantes está en el sagrado término medio. Belleza en un suspiro.