Ese fue el grito que se escuchó en la tribuna de la Cámara de Diputados hace unos días. "¡No estás solo! ¡No estás solo!" Un grupo de legisladoras morenistas decidieron subir a tribuna para gritar la consigna. Las diputadas defendían a todo pulmón a un hombre acusado de haber cometido un delito sexual. La exigencia de justicia se convertía en acoso a un hombre al que había que defender. La escena quedará como uno de los momentos más grotescos de la historia legislativa de México. Un grupo de mujeres decididas a impedir que la justicia actuara para valorar la denuncia de la presunta víctima. Se trataba de defender al político y de desoír a quien dice haber sufrido un atentado sexual. Las diputadas daban sentido físico al encubrimiento de Morena. No solamente se solidarizaban con un presunto delincuente sexual, lo rodeaban para convertirse en su blindaje. La Cámara de Diputados le abrió el micrófono al presunto delincuente, sin escuchar el testimonio de la acusadora. Sobre el político que apoyaban las diputadas del partido gobernante no solamente cae esta gravísima acusación. Cuauhtémoc Blanco tiene, al menos 12 denuncias penales. Se le acusa de fraudes inmobiliarios, de vínculos con el crimen organizado, de lavado de dinero, de desvíos multimillonarios.
En efecto, Blanco no está solo: tiene al partido más grande de su lado y también, por lo que puede verse, a la presidenta de la república. Los líderes de Morena en la Cámara de Diputados hicieron todo lo posible por mantener la protección de Blanco. Ahí están las señales, los gestos y los votos para comprobarlo. El mapa de la Cámara cambió con la discusión del desafuero a Blanco. Un grupo minoritario, pero relevante de legisladoras de Morena se apartó de la línea oficial para pedir que al exfutbolista se le juzgara de inmediato, sin el caparazón del fuero. El Partido del Trabajo se apartó de la coalición oficialista y votó en el mismo sentido que Acción Nacional y Movimiento Ciudadano. Los que se dicen "verdes" y lo que queda del PRI respaldaron la preservación de esa coraza de impunidad. Un voto que bien podrían cobrar muy pronto exigiendo reciprocidad.
El brinco de Blanco a la política es uno de los ejemplos más claros de la aberración ideológica y moral que ha sido la coalición morenista desde su nacimiento. Morena ha sido una fusión de ambiciosos, dispuestos reverenciar al caudillo si eso les permitía acceder al poder. No ha habido ahí nunca barreras ideológicas. Tampoco aduanas éticas. Entra cualquiera que esté dispuesto a repetir los cuatro lemas y a votar como es debido. Todos pecados, ya se sabe, se absuelven tan pronto se ingresa al partido. Así han trepado al barco de Morena los priistas y los panistas más desprestigiados de las últimas décadas. Así se han subido al carro charros, actores, charros, viejos burócratas y todo tipo de oportunistas. Políticos que fueron emblema de la corrupción y la trampa electoral se convirtieron súbitamente, al pasar a las filas de Morena, en héroes de la gran transformación histórica, en personajes que por, haber dado el paso de la traición, resultan ya incuestionables. La coalición se nutre también con mudanzas corporativas. El sindicato de maestros, el mismo que fue siempre denunciado por la izquierda como el peor ejemplo del charrismo, ha visto ya la luz y se ofrece como columna obrera del nuevo régimen.
La presidenta Sheinbaum ha querido lavarse las manos de la votación en la Cámara de Diputados, pero no puedo ocultar su respaldo efectivo al presunto abusador. Sheinbaum volvió a su interesada sordera. Decidió no escuchar a la mujer que denunció al abuso sexual y escuchar solamente la actuación de un adversario que, por cierto, no está ya en el cargo. La acusación inicial fue irrelevante. Lo que a la presidenta importó fue la intervención de un fiscal que ubica en el hemisferio de sus enemistades. Ese fue su mensaje reiterado. No hay que examinar los dichos y las pruebas de la mujer que pudo haber sido víctima de la furia de un hombre poderoso. Hay que recordar que el fiscal que pidió el desafuero es nuestro enemigo. Cuauhtémoc Blanco no estuvo solo. Frente a la lógica del poder y la retórica del antagonismo las exigencias de justicia son, para la presidenta, nada.