Nos han dicho toda la vida que Pemex es nuestro. Que es "de los mexicanos", que nos pertenece, que debemos defenderlo y seguimos celebrando cada 18 de marzo la expropiación petrolera. Pero dime, ¿cuándo fue la última vez que te llegó un cheque de Pemex? Nunca. Y nunca más llegará. Porque Pemex no es tuyo ni mío ni de los mexicanos. Lo único que sí nos toca es pagar sus deudas.
Mientras que en otros países las empresas públicas reparten dividendos a sus ciudadanos, aquí en México Pemex sólo reparte deudas. Nos dicen que es una joya nacional, pero más bien parece un barril sin fondo donde caen nuestros impuestos por lo muy mal administrado que está.
Nos quitan dinero de nuestras carteras, mediante impuestos, y lo avientan a una empresa que no deja de perderlo. Nunca nos invitan a una junta de accionistas ni nos preguntan cómo debe ser administrado ¿Cómo pueden decirnos que es nuestro?
En los últimos seis años, le hemos metido 1.38 billones de pesos para rescatarlo. Son 1,380,000,000,000.00 pesos ¿Sabes cuánto es eso? Cada año le metimos a Pemex más del doble de lo que gastamos en medicina con nuestros impuestos, los medicamentos hacen más falta. Imagínate escuelas de primer mundo, bien equipadas y maestros con mejores sueldos… pero no, decidimos dárselo a una petrolera que ha generado ganancias únicamente en 2 de los últimos 14 años, y muy pocas.
Tal pareciera que el amor hacia Pemex supera el amor hacia los mexicanos.
El gran problema no es sólo lo que Pemex cuesta, sino lo poco que nos da a cambio. Su producción de petróleo es la más baja en 13 años, sus refinerías trabajan a medias, y su deuda ya es más grande que lo que tiene en activos. Pemex vale menos de lo que debe. Es como una empresa que produce billetes de 500 pesos, pero le cuesta 600 pesos hacer cada uno. Un negocio redondo... pero al revés. Una empresa privada ya hubiera cerrado ¿Quién quiere perder su dinero año tras año?
Claro, hubo un tiempo en el que el petróleo sí nos hizo avanzar. La Expropiación Petrolera en 1938 fue afortunada, y durante décadas, el dinero del petróleo sirvió para ayudar a electrificar al país, construir carreteras y expandir la industria. En vez de usar los ingresos petroleros para diversificar la economía, nos volvimos dependientes de ellos, es importante reconocer cuando hacemos mal las cosas para cambiar y mejorar.
Queremos ser soberanos e independientes, pero hoy dependemos más que nunca del gas y la gasolina de Estados Unidos porque a Pemex no lo ponen a producir gas ni fuentes de energía renovable.
Ahora que viene el tsunami de consecuencias ante las acciones del gobierno de Estados Unidos, debemos de deshacernos de ideas que pueden sumar daño hacia nosotros, hay que saber desprenderse de ideas falsas que no nos hacen bien, porque el futuro no se construye con nostalgia, sino con decisiones inteligentes.
El mundo está cambiando, y México tiene que cambiar con él. Pemex no es nuestro y está quebrado para efectos prácticos, sólo nuestros impuestos lo mantienen a flote y cada peso que le metemos a Pemex es un peso que dejamos de invertir en nuestro verdadero tesoro: nosotros, los mexicanos.
Por eso urge revisar a profundidad su modelo de negocio para reducir, rápida y drásticamente, las pérdidas de Pemex y lograr que realmente genere riqueza para los mexicanos.
Además, debemos permitir la participación del sector privado, nacional y extranjero, porque la competencia es la mejor forma de fomentar la eficiencia, los buenos resultados y, sobre todo, de servir a quien realmente se debe: el consumidor mexicano. Un consumidor que merece productos de calidad, al mejor precio posible. Hay que soltar el lastre de las malas ideas si de verdad queremos alcanzar ese México próspero, justo, libre, inclusivo y seguro al que todos aspiramos.