FOTO: Azul Contreras
Raúl Trujillo Salazar toma entre sus manos un par de libros rescatados. Los reconoce de inmediato. Dice que recuerda perfectamente cuál era su lugar en la biblioteca de la Universidad del Valle de México (UVM) Campus Torreón, institución que ha cerrado sus puertas en la ciudad y que también ha vendido la mayoría de su acervo bibliográfico a una recicladora ubicada en el ejido La Unión.
Trujillo Salazar trabajó durante casi 19 años como bibliotecario de la UVM. Entró a la institución en el año 2005, luego de haber adquirido experiencia en otra universidad de la región. Dice que se trata de un oficio complicado, por todos los procesos que conlleva, que es parecido al acto de administrar una empresa.
“Tienes dinero para administrar, infraestructura, gente y personal al que vas a tratar. Entonces, es un poco complicado trabajar en bibliotecas. Se ve fácil, pero es como trabajar en una organización, sobre todo con los estándares que te piden. A mi equipo de trabajo y a mí nos tocó integrar la biblioteca en un sistema de gestión de calidad, basado en la norma ISO-9001:2008, en el año 2009. Tienes que documentar todos los procesos que realizas para demostrar que el trato que recibe el usuario es de calidad”.
La biblioteca del Centro de Información de la UVM Campus Torreón llegó a tener más de 18 mil libros. De estos, alrededor de mil eran de literatura y el resto de distintas materias académicas. Cuando la UVM anunció que cerraría sus puertas en Torreón, Trujillo Salazar pensó inmediatamente en cuál sería el destino de estos ejemplares.
“Nos dijeron de sorpresa que iba a cerrar la universidad e inmediatamente pensé en los libros. Lo ideal sería que se hubieran llevado a otros campus, pero únicamente se decidió por una parte. Había muchos libros que incluso eran útiles para otras bibliotecas de la universidad, pero son decisiones que se toman desde lo corporativo. Hubiera sido preferible, yo siempre lo he pensado, que los hubieran regalado, pero hay políticas dentro de las universidades que incluso no permiten ni donaciones, tienen que emitir un recibo... es un rollo terrible, tanto en donar libros como recibir en donación, porque tienen que tener estándares de calidad”.
En un inicio, la instrucción dada por UVM fue reservar mil 500 ejemplares útiles para enviarlos a otros campus de la universidad, mientras que el resto, la gran mayoría, tendría que irse a descarte. El exbibliotecario recalca que, aunque errónea, fue una orden corporativa, la cual caló hondo en su equipo y en él mismo. Tuvieron que cumplir con el procedimiento, sin imaginarse que los libros acabarían desordenados en una recicladora.
“Entre los que se fueron a descarte iban unos valiosísimos, pero también otros que no valían la pena como códigos y leyes que se hacen obsoletos, y algunos otros también que cambiaron de versiones o que estaban en mal estado. Pero sí había muchos nuevos, de medicina, de arte, de gastronomía, de muchas ramas del conocimiento”.
A Raúl Trujillo Salazar le duele la situación. Recuerda bien la biblioteca, la dibuja en su memoria. Dice que trabajar en ese lugar fue una delicia. Además de habitar sus pasillos, entre estantes y libros perfectamente ordenados, registrados, clasificados y catalogados, su equipo también se encargaba de organizar actividades culturales para la universidad.
“Logramos hacer infinidad de eventos culturales como promoción de la lectura. Cada 23 de abril, en el Día Internacional del Libro, hacíamos algún evento. Había presentaciones de libros, exposiciones de pintura. Hablábamos de cuentos de terror, conmemoramos los cien años de Rulfo, hicimos réquiem a Shakespeare, a Carlos Monsiváis y muchas otras actividades. Era un espacio muy ameno, muy agradable, de silencio y cómodo”.
El punto abordado por Trujillo Salazar es muy importante. Además del funesto destino que tuvieron los libros de la biblioteca al ser enviados a una recicladora, Torreón también perdió un centro cultural universitario con el cierre de la UVM; se borra otro espacio en la región para los jóvenes interesados en trabajar el arte y la cultura. Estas circunstancias merecen un título digno de la Historia Universal de la Infamia, el libro de Jorge Luis Borges publicado en 1935.
Por eso, al ver las imágenes recientes de los libros, el exbibliotecario sintió como su una parte suya estuviera botada en ese lugar de compra y venta de materiales. Le resultó terrible, impactante observar esas montañas de ejemplares a la intemperie, el patrimonio que cuidó por años ahora deteriorado.
“Yo vi el trato que les empezaron a dar a los libros. A mí no me tocó, porque yo salí antes de que sucediera esto. Nosotros con sumo cuidado acomodamos los libros, y luego ver que ni siquiera los acomodan en fila ni nada, que los avientan en un saco de esos grandes y luego que los tiran. Eso es también falta de práctica, de visión del comprador. ¿Por qué no apilarlos y tener mejor control de ellos, para no tener que pisarlos y no deteriorarlos?”.
Trujillo Salazar es ahora desempleado, pero asegura que si volviera a nacer no dudaría en ser bibliotecario de la UVM. Pasó sus mejores años en ese recinto, se sabe de memoria los procesos de catalogación, las claves que había que emplear para acomodar cada libro. También conoció gente valiosa, compañeros que compartían su pasión por el conocimiento.
“Ojalá no se vuelva a repetir esto, ojalá se tomen las medidas necesarias para evitar otro crimen de este tipo”.