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Ensayar sobre la almohada

RUTH CASTRO

Dato histórico uno: a Michel de Montaigne se le considera en Occidente el padre del ensayo como género. Él mismo bautizó esa forma de escribir que “ensayaba ideas”. Dato histórico dos: más de quinientos años antes, una dama de la corte imperial japonesa de nombre Sei Shonagon, había creado una forma de escritura personal conocida como zuihitsu, cuyos rasgos coinciden con bastante semejanza al ensayo occidental.

Los textos escritos por Shonagon en la era de Heian, se encuentran contenidos en El libro de la almohada, una obra que se caracteriza por la observación, la experiencia y la reflexión subjetiva. Es una especie de diario, cuaderno de notas, lista de placeres y fastidios, impresiones sobre la naturaleza, además de crónica de la vida cortesana.

A partir de los datos anteriores podemos decir que el escritor francés fue el creador del ensayo occidental y que la escritora japonesa creó, por su parte, el “ensayo” oriental y que, si nos avocamos a la fecha y los englobamos en la historia de la literatura universal, podemos ubicar a Shonagon como la iniciadora de este género. La crítica literaria ha hecho estas observaciones en los últimos años, pero quizá se requiere más información para comprender por qué pasó tanto tiempo sin que esto se mencionara.

Ella escribió en kana, el sistema silábico reservado entonces en Japón a las mujeres, ya que el chino clásico: kanji, que era la lengua culta en esa época por la gran influencia de China, estaba restringido al uso masculino. Ella escribió en un cuaderno que ocultaba bajo la almohada, de ahí su nombre, en una cuidada caligrafía. Y fueron textos que leyeron, transcribieron y compartieron otras mujeres, para deleite personal. No fue una obra publicada, no se trató a la japonesa como escritora, no se le hizo difusión ni se le contempló en la historia, y aunque en la actualidad es un clásico de la literatura nipona, se reconoció e investigó hasta siglos después de su origen.

Yo le debo admiración a ambos. Sin embargo, siento una indiscutible atracción hacia el libro de la dama de la corte japonesa, precisamente por las circunstancias en las que produjo sus textos, por las limitadas herramientas con las que contaba (de escritura y lenguaje), y por la libertad con la que escribe, quizá porque no esperaba que fuera a convertirse en una obra conocida.

El libro de la almohada se escribió con una inteligencia afilada (y afinada), una ironía encantadora y una atención minuciosa a los detalles. Desde una voz que opina, se burla, se entusiasma, se queja. Su mirada tiene una fuerza inusual.

Se deleita en lo efímero: la niebla de la mañana, el crujido de una tela, la gracia de una caligrafía bien hecha. Y nos invita a encontrar belleza en lo cotidiano, a pensar en las cosas más nimias, más pequeñas. Hay también algo profundamente contemporáneo: la idea de que una vida puede contarse en fragmentos, que la intimidad puede ser literatura.

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Escrito en: Palabracaidista columnas sociales Ruth Castro

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