Cada #8M, la atención suele centrarse en la marcha — esa acción simbólica y poderosa de mujeres caminando juntas gritando consignas—, y también en las actividades en torno a esta fecha, que preparan distintas colectivas, centros culturales e instituciones, y la que se unen ciudadanas de todas las edades.
Estos eventos siguen resultando necesarios, porque lo mediático de esta conmemoración permite que por lo menos una vez al año —y de modo masivo—, las desigualdades de género se nombren, el enojo se exprese, y en el mejor de los casos, temas como la violencia de género se enuncien, se reflexionen, se hagan más evidentes en espacios públicos y a la vista de una amplia concurrencia.
Participar activamente en tales acciones, sobre todo en las marchas, a mí me deja con mucha energía, y con unas ganas enormes de hacer más, aunque lo cierto es que pronto se diluyen en tareas y preocupaciones diarias.
Paralelamente, cada #8M he ido celebrando, desde hace 9 años, el círculo de lectura de mujeres de El Astillero Libros, mismo que surgió a partir de un taller de lectura y escritura de memorias para activistas feministas de distintas edades y experiencias, que deseaban escribir anécdotas vividas a lo largo de décadas, para compartirlas precisamente en el marco del Día Internacional de la Mujer.
Lo que sucedió en ese taller me cimbró, e hizo que me diera cuenta de la necesidad de un espacio para leer entre mujeres la obra de otras mujeres, para pensar en torno al género, sobre todo, para pensarnos desde nuestras acciones cotidianas y desde las maneras en que construimos nuestros afectos con los demás.
Sobre feminismo yo había leído textos por pura curiosidad, y desde pequeña me había interesado buscar modelos de mujeres que se salieran un poco del molde, es decir, tener de referencia distintas formas de ser mujer. Había leído siempre en solitario, y no sabía qué era compartir la lectura con otras.
En el transcurso de estos años, el círculo de lectura de mujeres ha sido constante, quizá porque es un bálsamo, un espacio que sin querer es formativo y terapéutico, un lugar de confianza en el que podemos hablar desde la intimidad, en el que reflexionamos, y en el que nos llevamos a casa las palabras de las otras resonando en nuestras cabezas.
Parece una actividad inofensiva, en la que una se la pasa bien charlando sobre autoras, sus temas, estilos, obsesiones, y de lo que en ellas encontramos de nosotras mismas o de lo que contrasta y nos diferencia. Digo que parece inofensiva porque no se siente abruptamente lo que dentro de nosotras mismas va sucediendo, lo que nos cuestiona, confronta, y nos permite revisar en nuestras propias vidas, pues en buena medida nos hace más conscientes de las desigualdades de género, de cómo las vivimos de acuerdo a nuestro contexto, y de que hay un camino hacia el autocuidado y hacia la autonomía en el que nunca terminamos de aprender. Me alegra mucho ser parte de ese espacio de mujeres interesadas en la obra escrita de otras mujeres, que hacen suyo lo que ahí ocurre, que lo defienden como ese rato de la semana que es solo para ellas.
Me alegra mucho también cada vez que me entero de que surgen nuevos círculos de lectura de mujeres en la ciudad. Me alegra porque sigo creyendo que es una forma de que, lo que persigue genuinamente el #8M, se prolongue en reuniones todo el año; que sean lugares seguros para nosotras, que sean semillas.