Un mérito que hay que reconocerle a Donald Trump. En ningún momento esconde sus defectos ni disfraza con buenas intenciones o sutilezas su propósito de sacar ventaja a quien tiene enfrente. Su America First no es otra cosa que una actitud narcisista convertida en política de Estado. Ningún intento de relacionarse a partir de la ganancia mutua, como era el viejo argumento de los imperios para obtener lo que deseaban. Hoy se ha reducido a un simple "dame lo que quiero por las buenas o me lo darás por las malas". Sobre pedido no hay engaño.
El tema es qué va a hacer el resto del mundo. A menos de un mes del ascenso de Trump a la Casa Blanca, los mandatarios, los dueños del dinero o los líderes de organismos internacionales apenas han podido reaccionar, a medio camino entre la incredulidad y la sorpresa. No es para menos, porque en tres semanas ha lanzado amenazas desestabilizantes que parecerían una locura en cualquier otro contexto que no fuera Trump. La intención de apoderarse de Groenlandia o del Canal de Panamá, de expulsar a 2 millones de habitantes de la franja de Gaza, de pactar con Putin el fin de la guerra de Ucrania sin incorporar a Ucrania o al resto de Europa, o ponerse a co gobernar con el excéntrico y disparatado Elon Musk.
La primera reacción del "orden mundial" ha sido de enorme cautela, y con toda razón por que en su primer período Trump dijo muchas cosas que quedaron en mero discurso. La mayor parte de los líderes han preferido evitar engancharse en batallas verbales con el presidente y los suyos. Algunos, como Putin o Xi Yiping, porque hay medidas anunciadas por el norteamericano que podrían ser aprovechadas en su favor, a condición de explotarlas en el momento oportuno. Otros, sobre todo europeos, porque esperan ver la magnitud del daño de las acciones tomadas antes de diseñar contra ataques o mecanismos de defensa.
Por desgracia, Trump ya ha dado suficientes muestras de que su segundo período será mucho más drástico que el primero y que está dispuesto a cumplir muchas de sus amenazas. Ya empezó a hacerlo sobre todo en política doméstica.
La pregunta es ¿qué va a hacer el resto del mundo? Es evidente que cada una de las partes, por separado, son más débiles que Estados Unidos y en toda negociación bilateral terminarán perdiendo. Por el contrario, cualquier forma de negociación consolidada de parte de los otros poderes podría poner las cosas en proporción. La economía de Estados Unidos representa 25% del PIB mundial, pero la de China llega a 19% y la de la Unión Europea a 15%.
En enero del año pasado publiqué en este espacio una reflexión sobre la debilidad de Occidente para seguir imponiendo su voluntad al resto del mundo. Lo dejó en claro el fracaso para desencadenar sanciones eficaces en contra de Rusia tras la invasión a Ucrania. El investigador francés Emmanuel Todd documentó que el Kremlin sobrevivió con éxito al boicot financiero, tecnológico y comercial impuesto por Estados Unidos y Europa. Apenas resintió la caída de ingresos por concepto de hidrocarburos, pero a cambio diversificó su mercado gracias a sus exportaciones a China, India, Turquía y en general al sudeste asiático, con la ventaja de que ahora lo hacía en yenes o rublos y no en dólares. Algo similar sucedió con el boicot tecnológico. Las medidas en contra de Rusia empujaron al importante sector tecnológico, cibernético y científico de la otrora Unión Soviética a una alianza simbiótica con el poderoso motor económico chino. El boicot fallido ha sido un tiro al pie en otros aspectos. Para evitarse sanciones buena parte del comercio de otros países dio lugar a la proliferación de flotas mercantiles informales, apócrifas o piratas y se estima que hoy movilizan un 20% del comercio mundial. En 2024 la economía rusa creció 3.7%, la de Estados Unidos 2.7 y la de Europa en su conjunto apenas 0.9. El castigo ejemplar de Occidente para castigar a Rusia y obligarla a ceder por hambre, fue un fracaso. El tema de fondo, más allá de la infamia de una invasión, o del carácter autoritario del régimen de Putin, es la incapacidad de las élites del primer mundo para entender que la geopolítica había cambiado.
Habría que recordar esta lección con las baladronadas de Trump. Hasta ahora las primeras señales de parte de los centros de poder son desalentadoras. Cada uno ha intentado apaciguar la hostilidad real o potencial de la Casa Blanca contra su país y ha explorado vías directas para entenderse con Trump. No muy distinto de lo que hacen los dueños de las empresas tecnológicas punta, todos cediendo en algo para congraciarse con él.
Pero esperemos que, en caso de cumplir sus peores amenazas, el mundo encontrará formas de afrontarlo. En ocasiones, quizá las menos, respondiendo con represalias en contra de Estados Unidos; en otras, recurriendo a la puerta trasera, como lo hizo Rusia. Si actúan en conjunto, al menos para algunas acciones, Trump tendrá que ceder o conformarse con victorias menores.
Y recordemos que Trump no es Estados Unidos. Hay poderosos grupos de interés internos afectados por muchas de sus medidas. Hasta ahora también han actuado con cautela. Reaccionarán en su defensa, cuando llegue el caso. Salvó a los trumpistas, para todos es evidente que China podría ser el ganador de las políticas egoístas y abusivas de Washington. Si bien el proteccionismo de Trump daña en lo inmediato los intereses de Pekín, a la larga ganará enormes espacios geopolíticos, comerciales y financieros con el resto del mundo.
Así pues, México no está solo en la difícil tarea de enfrentar a este buleador. Nuestro problema es también el problema de todos. Sin embargo, hay una singularidad que, a diferencia de los demás, limita nuestro margen de respuesta. Somos la economía más dependiente de la estadounidense en todo el planeta, por no hablar de las relaciones simbióticas entre las dos sociedades si consideramos frontera, migración, remesas, turismo o seguridad pública. Washington considera a México como parte de su espacio de seguridad nacional y basta recordar la crisis de los misiles en Cuba para entender lo que Estados Unidos se juega. Pueden no gustarnos las consecuencias, pero sería ingenuo ignorarlas. Es una carta interesante a jugar, a condición de saber los límites y consecuencias que ella impone. Para decirlo rápido, Brasil puede "jugar" a entregarse en brazos de China; México no puede hacerlo porque, por razones militares Estados Unidos no lo permitiría.
Esperemos que el mundo responda y acote los excesos de este abusador. Y solo será eficaz si algunas reacciones son multilaterales y no individuales. Pero no es el camino de México, que tendrá que ser extraordinariamente cauto para trabajar en los pliegues, adentro y afuera de Estados Unidos, como corresponde a nuestra realidad. Tarde o temprano el mundo tendrá que afrontar un pulso frente a Trump, pero no México. Lo nuestro tendrá que ser una hábil estrategia de ajedrez.