RECUERDOS DE UN VETERINARIO
Cuando decidí dedicarme a las pequeñas especies, me encontraba nervioso días antes de abrir la clínica; sin embargo, ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en la vida. Tenía la experiencia al estar trabajando de veterinario rural de gobierno durante más de diez años, consultando grandes y pequeñas especies, atendiendo la gran variedad de enfermedades en las diferentes especies de animales domésticos, así como realizar cesáreas de emergencia a enormes vacas de 700 kilogramos, hasta cirugías en pequeñas mascotas de tres kilogramos de peso, sin un quirófano ni ayudantes, en el campo no contaba con eso. Tenía treinta y cinco años de edad, además de trabajar de veterinario rural en Mapimí, impartía clases en una secundaria técnica en Torreón, trabajaba en hatos caprinos en el municipio de Viesca sábados y domingos, y contaba con una pequeña farmacia veterinaria en Bermejillo, aun así no me satisfacía mi trabajo, conducía varias horas al día bajo el riesgo de la carretera, el horario era de gallo a grillo, los ingresos eran insuficientes para las colegiaturas de tres hijos con apetito generoso, faltaba mi cuarto hijo, Sofía, que aún no nacía, la más pequeña de mis hijas, que resultó veterinaria al igual que sus hermanas, Carolina y Alejandra, Paco estudió administración de empresas. A nadie en la familia le comenté lo nervioso que me sentía al abrir la clínica, no se trataba de conocimientos o experiencia, sino por la clase de personas con quienes trataría como clientes por la ubicación de la clínica en una zona residencial, los intuía; Exigentes, cultos, solventes, encumbrados. Después de treinta y cinco años no me equivoqué, demostraron ser eso, y también excelentes personas, agradecidas y respetuosas. La única persona a quien le confié mi situación, fue a un amigo, compadre al fin, con quien guardo gran amistad hasta la fecha, sus comentarios sinceros influyeron para dar el siguiente paso con seguridad. No cabe duda de que los grandes amigos son los que realmente gozan tus logros como si se tratase de ellos. Fue así como abrí mi consultorio de perros y gatos al público, afortunadamente Dios me ayudó siempre con trabajo, el trato con los clientes mejor de lo que esperaba, el haber convivido con la gente de campo, durante más de diez años, personas hospitalarias, responsables, honestas, trabajadoras, sencillas, humildes, sinceras y siempre agradecidas, aprendí mucho de ellos tratando de ser siempre recíproco, me dejó una gran escuela para conducirme de igual forma con mis nuevos clientes. Pasaron los años y mi situación laboral cambió completamente, tranquilidad, seguridad, tiempo, independencia, ligeramente aumentaron los ingresos, pero aun así me faltaba preparación, me encontré con enfermedades que no existían en la época de estudiante, como el "parvovirus", tan común hoy en día, contaba con estudios de postgrado en bovinos y caprinos, pero no los utilizaba en mi nuevo campo laboral, un buen día me invitaron a formar parte de la asociación de veterinarios especialistas en perros y gatos y no lo dudé, sesionaban mensualmente, había pláticas de capacitación, se reunían cuando encontraban casos clínicos especiales, cirugías donde no se tenía la experiencia te auxiliaban, todo parecía extraordinario, gracias a ello realicé mi especialidad de perros y gatos en la UNAM, docenas de congresos y cursos dentro y fuera del país, todo bajo un compromiso de ética y honestidad que marcan los estatutos de la asociación. Recuerdo que después de unas semanas de haber ingresado, tuve el caso de un pastor alemán con fractura conminuta de fémur, necesitaba de placas radiográficas y equipo especial de ortopedia para la cirugía, con el cual no contaba, se me ocurrió solicitar la ayuda para realizar la cirugía a un colega del grupo. Claro que sí, me contestó, te costará tal cantidad la cirugía, la haremos otro médico y yo, y no podrás estar presente. Toda la ilusión de la asociación se vino abajo, decepcionado pensé que así trabajaban todos, pero algo vislumbré, y me dirigí con otro colega, y sucedió todo lo contrario, con gran gusto y amabilidad me contestó como si fuéramos grandes amigos de antaño, claro que sí, llévalo a la clínica y ahí haremos la cirugía, al preguntarle sobre sus honorarios, esbozó una sonrisa y me dijo, "Entre indios no se vale". Al terminar de operar me atreví a contarle el porqué solicité su ayuda, al principio pensó que era broma, y muy serio me dijo, solo te puedo decir, lo que hizo nuestro colega contigo, es todo lo contrario lo que pretendemos en nuestra asociación, orgullosamente aún conservo una enorme amistad con ese colega. Después de treinta y tantos años, recuerdo esta anécdota, que sin conocerlos aún, me dirigí a dos colegas con los polos más opuestos del grupo. Con el pasar del tiempo, nuestra asociación se transformó en un club de excelentes amigos, nos reuníamos seguido con las familias y hasta juntos disfrutábamos las vacaciones, los hijos pequeñines los vimos crecer y ahora respetables colegas y socios, cuando ya gozamos el otoño de nuestra profesión. Una de las tantas anécdotas que plasmo en mi libro... "El Escribidor de Perros".