Una nueva oligarquía está tomando forma en los Estados Unidos, dijo, apenas hace unos días el presidente Biden. En su último mensaje a la nación volvió a sonar las alarmas que los electores ignoraron en noviembre. En esta ocasión, Biden no hablaba de la burla de la ley o del intento de revertir el resultado electoral. Se refería al bloque de poder que llegaba a la presidencia con Trump. Los más ricos de los ricos han concentrado un poder descomunal que pone en riesgo a la democracia y las libertades esenciales, dijo. Se refería a la nueva alianza entre Trump y los grandes magnates, en particular, a los señores de la tecnología que se han puesto a sus pies.
Ahí está otra diferencia importante entre el primer episodio del trumpismo y el que está por empezar. El primer Trump era un reaccionario, un hombre que pretendía regresar a un pasado tranquilo y seguro para su base electoral. El político de hoy se presenta como abanderado del futuro. El contraste no podría ser más grande. El de 2016 no era un conservador que buscara preservar tradiciones y valores, sino un radical que soñaba con recuperar un tiempo ido. Su lema de campaña era la perfecta expresión de esa nostalgia. Make America Great Again. Vayamos a recuperar la gloria perdida de Estados Unidos. No era un proyecto de futuro sino restaurador. Por eso hace ocho años parecía que la llegada de ese populismo reaccionario enfrentaba obstáculos insuperables y que, tarde o temprano, volverían las manecillas del reloj a su sitio. Ya no había sitio para la nación, la familia, la fe de los años cincuenta. Hoy Trump regresa al poder de la mano de los gestores del futuro. Sus principales aliados, los más visibles, los más comprometidos con su victoria no son los representantes de la derecha religiosa, sino los hombres que pretenden colonizar el espacio, los capitanes de la inteligencia artificial, los dueños de las redes. No tienen en la cabeza el idilio del Estados Unidos anterior a los derechos civiles, sino un imperio que llevará a la humanidad a otros planetas.
He encontrado recientemente en la prensa norteamericana una serie de reportajes y reflexiones sobre el giro ideológico de los grandes magnates de la tecnología. Quienes hace unos años vivían el entusiasmo por Obama, hoy están en la bolsa de Trump. No es mero oportunismo, aunque, desde luego, hay en ellos un evidente cálculo de rentabilidad. En el cambio hay una transformación cultural profunda que más nos vale entender. La progresía demócrata se volvió pontificadora, burocrática, censora. No dudó en incluir en la canasta de los detestables a sus antiguos aliados cuando no se ajustaban a su prédica. El caso es que hoy los dueños de las plataformas donde nos hacemos una idea del mundo están al servicio de Trump. Le ofrecen mucho más que dinero y los artefactos que sirven para promover la mentira. Le prestan el prestigio del futuro. El trumpismo que fue reacción, se viste hoy de vanguardia.
La oligarquía de la que habló Biden en su mensaje reciente no es, por supuesto, un bloque compacto. Las fisuras en la alianza trumpista son visibles desde ahora. Quienes han sido desplazados del primer círculo, ven en los nuevos aliados a las mismas élites de siempre que pretenden tomar por asalto la nave populista. Ellos, con sus fantasías interplanetarias y sus intereses globales no pertenecen al movimiento de restauración nacional y deben ser expulsados, ha dicho Steve Bannon, quien fuera el gran gurú del primer Trump. Tarde o temprano, el pleito de los aliados tomará un lugar central en la política norteamericana. El nacionalismo reaccionario de los primeros trumpistas terminará enfrentado a los tecnólogos con intereses en todos los rincones del mundo que abrazan al segundo Trump.
El de Trump es un populismo oligárquico. Bajo el discurso de una política que defiende a los olvidados, bajo la crítica a las instituciones, los medios y las prácticas que sostienen el privilegio de la clase universitaria, se esconde la alianza de los más acaudalados que pretenden emplear todo el poder para su beneficio. La suerte de la segunda presidencia de Trump y su legado serán definidos por el enfrentamiento de los bloques de esta oligarquía.