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El artista es alguien que de entre su ser hay una luz, que para muchos será inquietante y hasta molesta, pero para otros será el punto de partida para comprender que esto que es la realidad se queda en meras suposiciones, porque no todo converge en una lógica fría y calculada, sino en lo inesperado que será la que nos demuestre que la belleza no se aferra a estatutos sino al goce de la mirada.
El director universal de cine, David Lynch, falleció ayer dejando un legado de películas que inquietan a la razón, no solo por el hecho de ser diferente, sino porque el explorar miles de formas que hay para expresar estados de ánimos, formas de pensar y de disfrutar el placer, nos permitieron no acostumbrarnos a lo “común”, sino a cuestionarnos, ¿por qué queremos un mundo en donde todo tiene que ser A, B o C? Si en el universo los lenguajes se ajustan a otro tipo de leyes.
En 1977, Lynch, luego de haber experimentado con cortometrajes y de haber trabajado por seis años para encontrar el financiamiento que necesitaba, ya que nadie quería apoyarlo, realizó su ópera prima que aun a estas fechas sigue perturbando por su irreverente noción de la estética de lo grotesco. Eraserhead se convirtió desde que se proyectó en una película de culto que sería una carta de presentación sin igual, no solo por el atrevimiento de sus secuencias, las cuales fueron escandalosas y de mal gusto para muchos espectadores, pero que eran los primeros esbozos de un Lynch que no lo podría detener nada.
El reconocimiento mundial le llega en 1980, cuando realiza El Hombre Elefante, la cual ha sido bien recibida por algunos críticos y el público de la época, hubo voces que cuestionaban si realmente este drama victoriano tenía los trazos propios del director o sería una obra muy hecha a la medida de lo que Hollywood esperaba (de ahí que fue nominada a ocho Óscar, aunque no ganó ninguno).
Esto le trajo el proyecto ambicioso de Dune, el cual había tratado de realizar Alejandro Jodorowsky. Pero las exigencias tanto de la industria como de los productores hicieron que Lynch dejará una película de 8 horas en una historia que se contaría en menos de dos horas. Esto ocasionó su fracaso en la taquilla, pero también le permitió a Lynch a optar por hacer su camino sin tener que ajustarse a lo que dicten las estructuras de Hollywood. Esta fue su primera colaboración con actor Kyle MacLachlan.
Así, en 1986 llega con una cinta contada como él siempre deseó, Blue Velvet. Una onírica historia, en los que demuestra que a pesar del orden y la estética del American Way, siempre se esconden historias sórdidas que dejan a la percepción con ojo morado.
Luego viene una de sus especialidades, contar historias que devoraran miles de kilómetros de las carreteras de Estados Unidos. Wild of Heart (1990) con las impresionantes interpretaciones de Nicolas Cage, Laura Dern y un majestuoso Willem Dafoe como Bobby Peru. Esta epopeya estadounidense trata de absorber todo aquello de la cultura pop, no para burlarse sino para dejar en claro que todo ámbito de la vida se mueve entre la belleza y la fealdad, entre la cordura y la locura.
Posteriormente, nos introdujo a un mundo bizarro que paralizó a miles de personas en Estados Unidos con la serie Twin Peaks, la cual se convirtió en un fenómeno viral mucho antes de que existieran las redes sociales.
El nombre de Lynch ya tenía un gran peso en la industria por sus formas de generar imágenes e historias sacadas de sueños retorcidos, pero que con los trazos suficientes se convierten en obras maestras como Lost Highway (1997), la inquietante Mulholland Drive (2001) y la poco comprendida Inland Empire (2007).
Pero también se dio el lujo de ajustar una historia que se volvió en un canto al amor fraternal, The Straight Story (o Una Historia Verdadera, 1999) en la que Alvin Straight al saber que su hermano, con quien está distanciado por varios años, se encuentra enfermo decide recorrer 500 kilómetros sobre su cortadora de césped. El actor Richard Farnsworth fue nominado al Oscar por su actuación.
La última película fue Twin Peaks: The Missing Pieces, de 2014, en la cual más allá de la narración, Lynch quiso mantener la misteriosa historia de Laura Palmer con vida propia y así convertirla en mito perenne.
Lynch brilló desde la sombra del underground, si tentado y usado en el mainstream de Hollywood, pero siempre quiso mantener su independencia. Su aporte a la expresión artística va más allá de la compresión del pensamiento común, no en aras de sobrevaloración, sino como la capacidad de generar nuevas formas de contar lo diametralmente opuesto a aquello que se dicta por el mercado.
Ayer Kyle MacLachlan nos demostró como el amor a un amigo que hace reconocer el valor de su presencia y el dolor de la partida: “Su amor por mí y el mío por él surgieron del destino cósmico de dos personas que vieron lo mejor de sí mismas la una en la otra. Le echaré de menos más de lo que los límites de mi lenguaje pueden decir y mi corazón soportar. Mi mundo está mucho más lleno porque le conocí y mucho más vacío ahora que se ha ido.” Duele la partida de David Lynch porque su mirada nos hizo libres.