
Quiero Palomitas
La comedia es “una tragedia solo que alargada en el tiempo”, versa la definición clásica del género, la cual dice mucho no solo de lo que presenta, sino también lo que le viene por añadidura: el caos.
La noche del 11 de octubre de 1975 en Nueva York se vivió algo que generaría una sacudida total en los cimientos de la comedia, de la televisión y del entretenimiento. Esa noche, en el famoso edificio donde se encuentran los estudios de la 30 Rock de la NBC, se vivía el caos, la locura, la total incertidumbre, así como la siempre presencia del fracaso como un camino sinuoso que vamos pisando arriba de un despeñadero.
Todo porque un grupo de inadaptados sociales tomarían en sus manos el control del cómo se debería hacer televisión sin complejos, mandando a la basura todo aquello que era considerado como “gracioso” por los ejecutivos de traje, puro en la boca y un vaso de whisky en la mano, para darle lugar a la experiencia extrema de la experimentación total, entre el abuso del alcohol, las drogas, el sexo y el descontrol de la emoción en función de la risa que es incómoda porque surge de la ironía y de lo políticamente incorrecto, por ello gritan al unísono “yo soy satanás”.
Este es el motivo de conocer que pasó una hora y media antes de que saliera al aire el programa “Saturday Night” (no tenía en ese momento el “Live” porque había otro show que tenía este nombre y que se transmitía en una cadena competidora), el show de comedia que ha acompañado a los millones de televisores y ahora gadgets que lo han sintonizado por 50 años.
Jason Reitman dirige este homenaje no a la complejidad que significa hacer un programa de televisión, sino al mérito de ir contracorriente, no solo por rebeldía, salvo que parecería que cada uno de los miembros de esta historia serían tocados por la fortuna, pero también por la desgracia, por la aceptación mundial como por el repudio de la sociedad que busca mantener en el lado correcto y todo cada sábado cerca de la media noche en vivo desde Nueva York.
La película nos acerca a las entrañas del monstruo antes de que naciera, participando de la inestabilidad necesaria que anticipaba el desastre total que para cualquier programa significaría una muerte prematura, capaz de hacer que la misma NBC recurriera a lo que hace cualquier canal para rellenar sus espacios: el uso de repeticiones.
Pero el deseo de trascendencia en muchas ocasiones nos regala que aquellos que se animan a hacer las cosas diferentes se arriesguen a pelear contra todos por un proyecto, aunque ni ellos mismos saben de qué va.
El productor Lorne Michaels (interpretado por Gabriel LaBelle) asume en sus hombros el peso de la insoportable exigencia que hay en la televisión de que todo salga bien, porque todo debe estar bajo control, pero eso era lo menos que había: ensayos fallidos, luces caídas, peleas entre actores, desconocimiento de las razones para dar espacio a una bola de total desconocidos en un horario estelar y lo peor tener material para tres horas cuando solo se tiene que transmitir una hora.
Esta tensión se va presentando como un cuchillo que corta las entrañas de la vieja televisión, la cual va a lo seguro, al sketch que involucre la risa fácil, sin que se cuestione porque hay que reír, sino solo es “jocoso” (algo que desgraciadamente se vive aún en mucha de la comedia de nuestro país, al punto que hasta el memorable “Final Final” de No Empujes se convierte en oro frente a las propuestas actuales basadas en el albur y la insinuación forzada).
Si bien Saturday Night podría enfocarse solamente a realizar una dramatización de los sucesos de esa noche de octubre, el vertiginoso ritmo de la narración habla de lo que es Nueva York, de lo que es la pelea entre egos, además de orillarnos a sumergirnos en un constante ruido que hace el silencioso tiempo que se traga nuestras mejores intenciones para sacar adelante lo mejor de nosotros de maneras desconocidas.
Mérito tienen todas las actrices y los actores que se caracterizaron de los protagonistas de este programa, pero además ya se nos acabaron los elogios en esta columna para el monstruo de la actuación llamado Willem Dafoe, quien es parece el brazo ejecutor de lo inevitable y quien hará que la historia nos lleve al clímax que todos los seguidores de este programa no hubiéramos imaginado lleno de nostalgia y de la combinación del llanto y la risa.
Saturday Night Live celebró el fin de semana sus festejos por los primeros 50 años, me uno a esta celebración a la innovación sin temores al qué dirán. Si algún estudiante quiere aprender sobre la producción de televisión o de cualquier medio, es una obligación ir a ver esta película.