
Quiero Palomitas
La maduración en la dirección de un arte como el cine, a pesar de ser una forma visual y sonora, tiene que ver con el cómo en las manos de esta persona se puede generar una dimensión que corresponde a una expresión de eso que llamamos espíritu.
Así celebramos cuando “uno de los nuestros” puede como Prometeo darnos no solo el fuego, sino lo que conlleva este atrevimiento que molesta a todo el cosmos, pero que es necesario para poder ayudarnos a no quedarnos envueltos en lo cotidiano, sino ver entre las luces y las sombras como se nos proyecta el intro en el órgano de la mítica A Whiter Shade Of Pale de Procol Harum.
Así es como Michel Franco, ese mismo director que nos generó hace unos años una reacción en cadena por su obra Nuevo Orden, la cual fue tal el encono que muchos creerían que la carrera de este cineasta quedaría “maldita” por decirlo de una manera amigable. Pero en el arte, como en la vida, del fracaso nosotros los seres humanos podemos levantarnos para orientarnos a habitar nuevos espacios que en un momento dado pueden darnos eco, valor, pero sobre todo un mayor deleite, con todo y lo que significa arriesgarse así sin más.
Llega a la pantalla su último trabajo llamado Memoria (Memory, 2023), la cual tiene a una solvente Jessica Chastain en el papel de Sylvia, una mujer que trata de llevar su vida a pesar de las huellas del pasado, en donde los vicios y el dolor de la violencia en gran parte de su vida la marcan para no poder ubicarse en su entorno. Una vida que simplemente va dejando al espectador con muchas dudas en cuanto a los motivos presentes y ausentes que se irán desvelando.
Tiene la responsabilidad de ser madre de Ana y trabaja con un grupo de personas con ciertas dificultades sociales y mentales. La incomodidad de Sylvia ante su realidad se verá comprometida al entrar en contacto con Saul, interpretado por Peter Sarsgaard y quien por este papel ganó el Copa Volpi como el mejor actor en el Festival Internacional de Venecia de 2023.
La irrupción de Saul, una persona que presenta principios de demencia, incomoda a Sylvia por lo que ha generado volver a vivir un episodio traumático. Pero la historia se irá urdiendo no con la idea de generar algo de piedad de manera efectista, sino que será un catalizador, el cual se mueve en el límite de lo pensado como de lo contrario.
Franco tiene en su quehacer como director y guionista de esta historia la oportunidad no de reivindicarse, sino de mostrar la capacidad que le han dado las “tablas” en el cine nacional y ahora a nivel mundial. Y lo hace con algo muy cercano al Scorsese que hace el cine de la meditación, que desarma a sus actores para dejarlos en los huesos, con la tarea de dejar la ensoñación que pudiera dar el melodrama, para jugar como en un acto de fuga melódica, que nos permitirá ir asumiendo riesgos tanto de que nos pueda agradar o no.
Sin duda, la dirección del mexicano se ve en el control de las actuaciones, pero también en el dominio del tiempo y el espacio, generando un cine íntimo, en el que el sentimiento se presenta como un breve suspiro, que da aliento, pero que para algunos no será suficiente.
Destacan las actuaciones de Merritt Wever como Olivia, hermana de Sylvia, Jessica Harper como Samantha, madre de la protagonista, y también la pequeña Brooke Timber, quien realiza a Anna, la hija de Sylvia y quien tiene una gran actuación.
Con Michel Franco nos enfrentamos a una ambivalencia en lo que nos genera como espectadores, pero es mejor tener esta experiencia a que sencillamente pase desapercibido, como sucede desgraciadamente con muchos de nuestros directores.