Cuando el Movimiento de Regeneración Nacional resolvió reducir su nombre al de Morena para, robustecer en el acrónimo, la alusión a la Virgen de Guadalupe como símbolo popular de fortaleza espiritual y moral, consciente o inconscientemente tomó una decisión de fondo, no sólo de índole propagandística.
Si, en tiempos recientes, varias determinaciones, iniciativas y acciones adoptadas por ese movimiento, en su calidad de gobierno o partido, revelaron la pretensión de constituir una fuerza hegemónica repelente a la pluralidad, el disenso y la crítica, en las últimas semanas han dejado ver otro cariz importante. Diversos episodios registrados durante este y el mes pasado han puesto al descubierto que Morena también ha resuelto apartarse de la regeneración de la política, incurriendo incluso en la degeneración de ella.
El problema de tomar esa vertiente sin una directriz ni un debate abierto o cerrado es evidente. Está provocando conflictos al interior de Morena, expresados en conductas reprochables, acciones incongruentes, realineamientos atropellados y surgimiento de facciones. Si, llegado el caso, ese partido reproduce la balcanización que pulverizó al perredismo, tendría un agravante: se encuentra en el poder y, sin oposición sólida ni con propuesta enfrente, una crisis en su interior arrastraría al país en su conjunto.
Desde luego, es exagerado hablar de fracturas en ese movimiento, pero no de fisuras. Algunas cuarteaduras comienzan a notarse. De profundizarse ese agrietamiento, una implosión no podría descartarse y, así, a los múltiples desafíos internos y externos que encara el país, se añadiría otro de consideración con múltiples aristas. Cuidado.
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Durante febrero y marzo, en la compostura de tres personajes de reciente o dudosa militancia y convicción en el movimiento encarnó la circunstancia que aqueja hoy a Morena, exhibiendo --dicho con suavidad-- diferencias abiertas o encubiertas entre los cuadros obligados a tomar postura ante aquellos.
En el toma y daca afloraron dos cuestiones importantes al interior del gobierno, las fracciones parlamentarias, algunas gubernaturas y, desde luego, del partido. De un lado, un debate sordo --por no decir, pugna soterrada-- entre el límite y el horizonte de poner en juego intereses y convicciones, pragmatismo y principios, complicidad y solidaridad que la indigestión del poder acumulado le está generando al movimiento. De otro lado, una actuación descoordinada, cuando no enfrentada con disimulo entre los distintos polos, actores y mandos de poder que congrega esa fuerza.
Los actos y los personajes detonantes de la nueva y difícil circunstancia del lopezobradorismo fueron tres. La afiliación e increíble premiación del ex panista y ex presunto delincuente Miguel Ángel Yunes Márquez para asegurar la mayoría calificada en el Senado, requerida por Morena para reformar la Constitución. No sólo se canjeó el voto del personaje por la suspensión de una orden de aprehensión en su contra, sino también se le premió, nombrándolo presidente de la Comisión de Hacienda y, de pilón, el presidente del Senado y el coordinador parlamentario, Gerardo Fernández Noroña y Adán Augusto López, apadrinaron su credencialización como militante. Hoy, su afiliación es materia de análisis en la Comisión de Honor y Justicia del partido que, de seguro, se truena los dedos ante el asunto.
Igual expresa la tensión al interior del movimiento, el respaldo otorgado por un amplio sector de la fracción parlamentaria de Morena al diputado Cuauhtémoc Blanco para que conservara su fuero, pese a la acusación de haber intentado violar a su media hermana Nidia Fabiola y pese al vasto catálogo de graves señalamientos en contra del personaje que van desde el desvío millonario de recursos durante su administración como gobernador de Morelos hasta los posibles vínculos con criminales. En alianza con el tricolor y el verde que enaltecen la transa como médula de la política, las y los diputados de Morena que resolvieron no dejar solo al cuestionable personaje, optaron por dejar sola a la víctima. Hoy, los malabares para aplicar el control de daños que le deja al movimiento amparar al personaje no borran lo sucedido el martes pasado.
Finalmente, la sentencia dictada por la jueza Flor de María Hernández al exrector de la Universidad Nacional, Enrique Graue, y al exdirector de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de esa institución, Fernando Macedo, para indemnizar por supuesto daño moral a Martha Rodríguez, la asesora de la tesis (por indicios, plagiada) de licenciatura con que se tituló la ministra Yazmín Esquivel, recoloca en la escena a ésta última. Replantea si un personaje como la todavía ministra está en condición ética de permanecer en el puesto, postularse como candidata a repetir en él y pretender incluso presidir la Corte. ¿Es ella el emblema de las personas juzgadoras que impulsa la reforma del Poder Judicial emprendida por el anterior y el actual gobierno de Morena? Ese demoledor pasaje de la trayectoria de Esquivel es indeleble, ni los votos lo borran.
Los actos protagonizados por esos personajes ilustran la tensión prevaleciente al interior de la fuerza política hegemónica que, por lo visto, se le atraganta el poder.
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La circunstancia de Morena, como gobierno y partido, demanda fijar postura ante impunidad y pusilanimidad, definir si cabe o no tolerarlas como malos medios para alcanzar supuestos buenos fines y, por lo mismo, replantear el sentido del poder acumulado.
Por lo pronto, los tres casos que expresan esa circunstancia han frenado al movimiento. La duda es si tiene capacidad o no de rectificar y mantener la cohesión y congruencia. Vamos, si es capaz o no de regenerar la política.
Aun cuando redujo su nombre al acrónimo de Morena, ese movimiento está ante una importante disyuntiva: re o degenerar la política. En ello se cifra su suerte… y la del país.