Empecemos con Mario Benedetti: "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas". Durante décadas, la globalización se afianzó como el camino a seguir para la mayoría de los países. Ahora, se busca regresar a los mercados nacionales e incluso, se repudian los efectos de la visión anterior. Tras la Segunda Guerra Mundial, se impuso una ruta a seguir desde la Conferencia Monetaria y Financiera en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos. Ese orden impulsó una serie de políticas para favorecer los intereses norteamericanos a través del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Bajo la mano de Trump, esas políticas van en sentido contrario e incluso, se propone un nuevo orden. La nueva política busca fortalecer una industria que durante décadas los dueños del capital se llevaron a otros países. No obstante, cambiar esa tendencia con base al proteccionismo, la imposición de aranceles y el abandono de los viejos tratados comerciales, se ve el mejor de los casos, contraproducente.
A diferencia de su primer mandato como presidente, carente de sentido de ejecutivo, para su segundo periodo tiene prisa por imponer su agenda, ya sea por las buenas o por las malas, como bien se ha encargado de gritar a los cuatro vientos. En el camino agravia países, insulta presidentes, reta con aranceles y responde veleidoso. Hay impaciencia en su segundo mandato y corre a firmar cuanta cosa se propone. Incluso, hasta sugirió recientemente reelegirse, no obstante la limitación constitucional. Entre las órdenes ejecutivas firmadas el 27 de marzo, se encuentra una de gran valor simbólico, porque busca reescribir la historia y cambiar los discursos sobre el pasado en los museos a cargo de Smithsonian. La institución aglutina 21 museos, bibliotecas, centros de investigación y hasta un zoológico.
La orden se titula "Restaurando la Verdad y la Cordura en la Historia Estadounidense". Su objetivo consiste en reescribir la "ideología divisiva y centrada en la raza", además de devolver, al menos en el discurso, "el lugar que le corresponde como símbolo de inspiración y grandeza estadounidense". Con esa orden, Trump va contra el legado anterior, empezando con el Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana, inaugurado en 2016 por Barack Obama. En pocas palabras, quiere la reescritura de la historia desde el poder, aunque todavía no hay legado.
La iniciativa busca "eliminar la ideología inapropiada o antiestadounidense", a lo que considera "una falsa revisión de la historia". Sin embargo, quitar el discurso sobre los horrores de la esclavitud en la historia estadounidense, no borra el pasado esclavista y racista.
Recuerdo la incomodidad que sentí la primera vez que visité Washington, en particular los principales museos y memoriales. En el Smithsonian's Air and Space Museum, pasé del asombro al rechazo. Ni qué decir del memorial de Vietnam, una contradicción en sí misma. Sin duda aquellos aviones y naves espaciales me maravillaron, pero al mismo tiempo, me confrontó el orgullo con que exhiben los logros de la guerra.
Para quitarme la mala impresión, caminé hacia la magnífica Galería Nacional. Sin saberlo, crucé un maravilloso parque lleno de verde y arte. Para mi sorpresa, me topé con Miró, Chagall, Bourgeois, Abakanowicz, Calder, Lichtenstein, di Suvero, Indiana (a quien debemos la copia de tantas letras que lucen las ciudades). Qué belleza, el arte en la calle. Visto en retrospectiva, pienso que en mi cuidad, esas obras estarían tiradas en el suelo o abandonadas como escombro. Regreso al punto. La batalla de Trump no sólo se da en el plano político y económico, sino en cambiar la memoria histórica. En política, los símbolos pesan tanto como las acciones.
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