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Revisionismos en pugna: la historia como arma

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El revisionismo puede definirse como la reinterpretación de aspectos fundamentales del pasado para legitimar o guiar acciones presentes hacia dentro y/o hacia fuera. Aunque hay de revisionismos a revisionismos, la estrategia entraña altos riesgos debido a que tiende a ser excluyente e identificar enemigos que hay que doblegar cuando no destruir. Pero también el revisionismo puede precipitar a una potencia en retroceso hacia el precipicio.

Ya lo dijo Søren Kierkegaard: "la vida sólo se puede entender hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante". La vida se esculpe en el tiempo. El ser humano mira hacia atrás en busca de un sentido en lo vivido. Pero el acto de vivir sólo ocurre en el presente y se proyecta hacia el futuro. La parte esculpida sirve de referencia, pero no determina de forma definitiva la parte por esculpir. El filósofo y teólogo danés se refería principalmente a la esfera del individuo. Sin embargo, su dicho se adapta perfectamente al ámbito de la geopolítica.

Los estados y sus sociedades ensayan una narrativa coherente de su devenir histórico para soportar una identidad. Mientras tanto, aparecen los desafíos del incierto futuro. Entender qué ocurrió -y por qué- no es fácil. Cada generación añade una capa de interpretación e intereses. Pero es indispensable hurgar en el pasado para no repetir los yerros ni volver a caminar los senderos segados. Revisitar apropiadamente la historia pasada es un ejercicio de responsabilidad con la potencial historia futura.

El problema con el revisionismo histórico es que muchas veces guarda una trampa en su seno. Creer que es posible colocar frente al complejo presente un pasado idílico como futuro promisorio, puede conducir al desastre. Un desastre que no sólo es el propio, sino que suele ser el de más de uno. Si esto es así, una pregunta natural que surge es ¿por qué las potencias en cierta etapa de su desarrollo recurren a esta práctica?

En principio puede ser por objetivos en apariencia no tan perversos: legitimar un régimen, dar coherencia a la narrativa histórica de un estado o movilizar a la población con fines patrióticos. Pero el abuso del revisionismo lleva a caminos cargados de explosivos, sobre todo cuando se pretende controlar, censurar y manipular la historia para justificar, bajo el argumento de un pasado mejor perdido y recuperable, acciones de limpieza étnica de territorios, expansiones imperialistas, invención o exageración de agravios y negación de derechos de otros.

En el siglo XX, Estados Unidos construyó una narrativa sobre su misión histórica como defensor de la libertad y democracia. Esta visión, otrora causa de orgullo y cohesión, es ahora severamente cuestionada dentro y fuera del país. Las promesas de la democracia liberal se esfuman en medio de desigualdades internas, divisiones sociales, desconfianza en las instituciones y una creciente competencia internacional. Ante el declive, el pasado se vuelve el refugio.

Se habla de una "edad dorada" que se perdió y se culpa de la pérdida al otro, al diferente, al individuo extranjero de un país pobre, a la potencia emergente erigida en amenaza. Es la esencia del Make America Great Again de Donald Trump, que apunta hacia una difusa era en algún punto del último tercio del siglo XIX y el primer cuarto del XX. Un anacronismo mezcla de nostalgia y populismo para movilizar a una población dividida en una potencia que se asume decadente y a la defensiva. Peligrosa como una bestia herida.

El Reino Unido, un imperio más viejo, se refugia también en el pasado para encontrarse en el presente y dibujar su futuro. El Brexit exaltó una visión idealizada de independencia y soberanía, como si el pasado imperial pudiera ser recuperado en un mundo donde la interdependencia y la competencia son norma. El movimiento fue alimentado de una retórica revisionista que romantiza los "días gloriosos" del imperio de cinco continentes, como si Gran Bretaña pudiera recuperar su grandeza al divorciarse de la Unión Europea.

El mundo, pero, sobre todo, el Reino Unido es otro muy distinto al de hace 200 años, cuando la "pérfida albión" se alzó con el dominio de todos los mares. La Global Britain se levanta ahora como un barco al garete que quiere proyectar una nueva relevancia internacional, desconectada de los vientos de la realidad multipolar y ocultando en el cuarto de máquinas los esqueletos de su herencia colonial.

En Oriente, la Rusia putinista adopta un enfoque diferente. Combina elementos del zarismo y la era soviética para tratar de legitimar su resurgimiento geopolítico. El Kremlin habla de una "Rusia eterna", una nación resistente, invencible, que ha sobrevivido a invasores y traiciones. La retórica va más allá del patriotismo y se hunde en un nuevo nacionalismo belicista con el fin de justificar la invasión de Ucrania con la eliminación de ésta de la historia y su derecho a existir.

Del periodo soviético se resalta el orgullo de poder y respeto global, mientras se acallan las tragedias y los crímenes en cicatrices que aún supuran. Para Vladimir Putin, Rusia tiene un destino especial en el futuro, uno que se asemeja al pasado dos veces imperial, y que la aísla de buena parte del mundo.

La China de Xi Jinping, por su parte, utiliza la historia para justificar su irrupción como potencia global tras décadas de crecimiento. El eje de su revisionismo es el concepto del "siglo de la humillación", periodo en el que se encierran las agresiones extranjeras de los siglos XIX y XX. Sirve para reforzar el desdén hacia la hegemonía occidental, primero europea y luego americana, pero también para legitimar su ambición de construir un nuevo orden mundial sinocéntrico.

En el camino, China impulsa una identidad nacional que combina tradiciones culturales y filosóficas con una desbordante innovación tecnológica. Aunque se cuida de no parecerse a sus adversarios, es claro que construye un modelo alternativo al liberalismo occidental. Su revisionismo no trata sólo de desafiar el statu quo: pretende construir un mundo centrado en su influencia.

Como podemos ver, algunas potencias luchan por mantener su relevancia en un mundo donde su hegemonía se repliega, mientras otras buscan consolidar su ascenso y redibujar el mapa del poder global. ¿Se puede elaborar una plataforma de solución a los grandes asuntos mundiales en medio de narrativas tan excluyentes y belicosas?

La historia, advertía Kierkegaard, es una guía imperfecta. Hay que mirarla para comprendernos, saber cómo llegamos hasta aquí, pero no podemos vivir creyendo que podemos regresar al pasado. La trampa del revisionismo histórico es clara, ya sea para quienes se resisten a dejar de ser lo que fueron, o para quienes anhelan recuperar la fuerza que alguna vez tuvieron.

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