Hace poco visité en Puebla el templo del beato Aparicio, que desde hace 424 años concede favores a sus feligreses, especialmente los motorizados. El célebre franciscano fue creador de caminos y medios de transporte. Aunque también es patrono de los charros, su principal influencia se cumple sobre ruedas, según comprobé cuando vi al capellán en la banqueta de la iglesia, bendiciendo un Chevy con un hisopo.
Los trabajos combinados de San Cristóbal, patrono de los navegantes, y el beato poblano procuran que los conductores no tengan que recibir los servicios de la Virgen del Tránsito, que no se especializa en el tráfico, como podría suponerse, sino en el paso al más allá.
Subir a un vehículo ya es un acto de fe. En diciembre de 2024, personal de Caminos y Puentes Federales pidió al sacerdote Miguel Ángel Carrillo Nieto que bendijera la autopista México-Querétaro. La medida fue tomada después de registrar 211 incidentes, entre accidentes y asaltos. El sacerdote oró de rodillas en un punto estratégico del camino y bendijo del kilómetro 145, en San Juan del Río, a la caseta de cobro de Tepotzotlán. Se espera que sus plegarias también abarquen al resto de la carretera.
Pero los designios del cielo no siempre se imponen al acontecer humano. Semanas más tarde, la autopista fue bloqueada durante 12 horas por transportistas que protestaban por la detención de tres de sus compañeros. Lo mismo ha pasado en la autopista a Puebla. Todo indica que quienes impiden la circulación rezan a otros santos. ¿La corte celestial cuenta con un sindicato encargado de frenar lo que Aparicio promueve?
Lo cierto es que el trabajo divino no puede contrarrestar los desfiguros humanos. Hace unos meses leí que 574 mil 876 coches chinos habían desembarcado en el Pacífico. Vislumbré una marea de autos estacionados y fui incapaz de imaginarla en movimiento. Vayan a donde vayan, esos coches causarán problemas de tráfico.
Para documentar nuestro pesimismo, un estudio realizado en 500 ciudades del mundo acaba de arrojar este dato: la más embotellada es la nuestra. En promedio, el automovilista capitalino pasa 152 horas al año en el tráfico. La cifra es mucho peor para las personas que deben usar varios medios de transporte y hacen trayectos de cinco horas para ir y volver de su trabajo. Si un año promedio tiene 260 días hábiles, la cantidad de horas dedicadas al martirio de trasladarse puede llegar a 1300 o aun más. El estudio en cuestión fue hecho por la compañía TomTom de los Países Bajos, especializada en geolocalización, que ojalá se equivoque. Cuando le hablé del asunto a un amigo, apartó el pitufo que estaba bebiendo y dijo en tono de agravio: "Los holandeses nos tienen ojeriza". Le pregunté en qué se basaba y respondió como si citara un axioma científico: "El minuto 91". Se refería al momento en que Arjen Robben se tiró un clavado en el área de México y el árbitro marcó penal. Ahí acabaron nuestras aspiraciones en el Mundial de Brasil 2014. La jugada favoreció a los Países Bajos, pero, de acuerdo con mi amigo, el repudio que manifestamos en redes con #No era penal caló tan hondo que el propio Robben reconoció su error. México ganó la batalla moral y desde entonces nos odian en el país de los tulipanes. Consigno esta reacción que carece de todo fundamento porque expresa nuestro principal recurso ante la evidencia: negarla.
El solo hecho de que mi amigo tomara una alcoholizada bebida azul lo ponía en entredicho; sin embargo, eso no me previno de hablar con él, lo cual revela otra arraigada costumbre nacional, representada por mí: sólo consultamos oráculos inofensivos.
En 1971, el escritor inglés J. G. Ballard se preguntó en un artículo por la imagen emblemática del siglo XX. ¿La llegada de Neil Armstrong a la luna?, ¿Winston Churchill haciendo la V de la victoria?, ¿una ama de casa llenando un carrito de supermercado? Nada de esto. Su símbolo de la modernidad era un automovilista que avanzaba por una carretera, rumbo a lo desconocido. En el siglo XXI esa imagen idílica es ya una pesadilla.
La tecnología aún no produce un GPS que anticipe bloqueos o atracos. ¿Será posible diseñar ese algoritmo precognitivo? Por el momento, y ante la falta de milagros viales por parte de los santos, debemos parafrasear a José Alfredo Jiménez: lo importante no es llegar primero (ni saber llegar) sino llegar a secas.