Charles Chaplin inmortalizó en "El gran dictador" -1940- la barbaridad del demente Adolfo Hitler; lo satirizó mostrándolo con un símil de uniforme nazi, ejecutando una danza rítmica, jugando y botando una gran pelota de playa que semejaba al mundo.
Era el tiempo de la II Guerra Mundial, que estremecía el planeta que el enfermo mental pretendía dominar, entronizando a la raza aria y arrasar a los judíos.
Aquella Alemania Nazista estaba embelesada con las promesas del dictador, populista y demagogo, que se imponía con su discurso y/o con la fuerza.
Algunos ciudadanos le aplaudían convencidos, otros dominados y algunos más amenazados; de inicio creían que el sueño de grandeza podía hacerse realidad; despertaron en medio del caos y destrucción de su patria. En el transcurso de la guerra, nadie se atrevió a oponérsele y quienes lo hicieron pagaron la osadía con su vida.
El desquiciado dictador destruyó buena parte de Europa, asesinó a multitudes de judíos y/o seguidores y, finalmente, acabó con su vida. En 1945, terminó la guerra con la rendición de Alemania y Japón.
Fue una experiencia dolorosa que, en el mundo -los ganadores- prometieron jamás permitirían se repitiera.
El siglo anterior se caracterizó, entre otras cosas, por la aparición de dictadores disfrazados de demócratas, que se hicieron del poder en sus países -Rusia, Italia, Cuba, Venezuela, por ejemplo-, mostrando sus habilidades de convencimiento ante los ciudadanos que los escuchaban y seguían.
En el XXI, la corriente populista entronizó a personajes con tales personalidades inestables, todos buscando el poder a costa del empobrecimiento de sus pobladores y, de ser necesario, imponiéndose por la fuerza a rebeldes que inicialmente creyeron en sus promesas.
En América, países latinoamericanos cayeron en el embeleso, inicialmente con dineros intercambiados por votos, luego empobrecidos, fueron descubriendo que esas dádivas no alcanzaban para el sustento diario de sus familias. Nosotros iniciamos el proceso en el sexenio anterior.
De pronto, apareció otro mesiánico, ahora en los EUA, que prometiendo se hizo del poder; luego rechazado perdiendo la reelección. Lo muy interesante desde el punto de vista psicológico social, es su retorno triunfal conociendo marcadas irregularidades en su historia.
El pueblo votó por él, atendiendo al llamado de "¡hagamos a América grande, otra vez!".
Siendo candidato, hizo promesas convincentes y al llegar nuevamente al poder firmó acuerdos que rebasan la cordura.
Ya con anterioridad había agredido a naciones vecinas y otras lejanas, declarando que Canadá debería ser un estado más de Norteamérica; México, acabar con el narcotráfico; Panamá, quitarle un canal que, construido en territorio propio según convenio, regresó al poder de los panameños; Puerto Rico: de mugrosos. Interesante que a los enemigos comerciales poderosos -con poder bélico de respuesta-, caso de Rusia o China, se muestra reservado y moderado en sus amenazas.
Así, aparece la posibilidad de vivir un período de inestabilidad mundial -que ya se reflejó en las bolsas de valores- que pudiera llevarnos al desastre. Sus 42 órdenes ejecutivas reflejan sus deseos de control, amenazándonos con el abuso de la fuerza. Veamos su implementación real.
El deseo de continuar gozando del confort de vida ha logrado convencer a muchos de sus compatriotas, aunque expertos en economía y finanzas hayan advertido de los peligros que conllevan sus propósitos.
Por lo pronto, anunció el fortalecimiento de su poder armamentístico, como una advertencia al mundo y, de paso, ha reunido en su gabinete personajes que han demostrado su radicalismo de ultraderecha, xenofobia y habilidad para acumular riqueza.
Las naciones vecinas, preocupadas por las amenazas; los más distantes, advirtiendo sobre la belicosidad del empoderado y otras atentas, en estudios sobre las posibilidades de afectación a sus propios intereses; todos tratando de conservar lo suyo, olvidando la solidaridad que logra la fuerza.
COLOMBIA YA ABONÓ.
Tal vez, el despertar del mundo, incluidos los ciudadanos de EUA, vaya a ser doloroso y, de cumplir las amenazas, hasta ahora en proceso legal/político, pudiera profundizar la crisis económica que ya vivimos.
De preocupación, que el sistema político americano, basado en la democracia y apertura a todas las ideas, pueda alterarse y dejar de ser el segundo mejor intento de justicia social en el Continente Americano.
En México, buscando contención a los agravios, se reúnen ministros con nuestra presidenta, tratando de encontrar estrategias para enfrentar el reto y las amenazas, olvidando que, de inicio, el problema nacional, está en la repetidamente mencionada corrupción de quienes deberían trabajar en cuidarnos a todos.
Al revisar los por dónde podemos empezar a defendernos, descubrimos que las cadenas de administración económica/política/social, que debieran garantizarnos libertad y seguridad con calidad de vida, están enmohecidas, con relaciones de complicidad entre politiqueros, empoderados económicos y ciudadanos negligentes. Todos buscando lo que creen suyo, olvidándonos a los demás.
Urge aparezca el líder que, como el Chapulín Colorado, nos grite: "¡síganme los buenos!".