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(EL SIGLO DE TORREÓN)
Apenas llega y el público, que ha ocupado los asientos del Aula Magna del Centro Cultural Universitario Braulio Fernández Aguirre, lo recibe con aplausos. Pasan de las 10:30 horas del sábado 1 de marzo. El escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955) baja los escalones hasta arribar a un escenario decorado con libros y pequeñas cactáceas de la región. Allí cruza la duela y ocupa el sillón que se le ha asignado, como si tomara base en un partido de beisbol. Entonces aguarda a que la maestra de ceremonias emita la presentación de la conferencia titulada “Cómo escribir una novela”. Él sabe que, aún en silencio, la pelota está en sus manos, que él es el pícher y nadie más lanzará la palabra.
Se trata del segundo evento de Padura en Torreón en su gira mexicana, luego de que el viernes por la noche presentara su novela Ir a La Habana (Tusquets, 2025) en el Teatro del Instituto de Música de Coahuila (INMUS). La Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) ha convocado a un buen número de asistentes. Entre el público hay integrantes de la comunidad cultural local, maestros, personas mayores, pero sobre todo jóvenes universitarios dispuestos a escuchar al autor.
Mantilla, su barrio en la capital cubana, lo acompaña siempre. En Ir a La Habana habla de ese lugar con calles de tierra desnuda, donde ha escrito sus 14 novelas hasta ahora publicadas. Allí aprendió a jugar al beisbol; su infancia fue un sueño de pelotero, un estadio con recuerdos y sensaciones que se aferraron a su memoria. Más tarde tomó la decisión de convertirse en escritor, cuando lo deslumbraron novelas como Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote; luego creó personajes como el célebre detective Mario Conde. Y en ese sitio continúa, porque a él pertenece, según escribe en su reciente libro: “Porque aquí está mi lengua, este idioma habanero en el que hablo y escribo”.
“LA NOVELA TIENE QUE PARTIR DE LA LIBERTAD”
Momento del “play ball”. Leonardo Padura comparte su voz para dar cátedra. “¿Se oye bien?”, pregunta. Lo custodia una pantalla, los anteojos le coronan la frente y pide que aumenten el volumen del micrófono. Apoyado en una carpeta con apuntes, pregunta a los jóvenes si alguno conoce la serie de televisión Breaking Bad, donde Bryan Cranston y Aaron Paul interpretan a Walter White y Jesse Pinkman, dos traficantes de metanfetaminas en Arizona. Dice que el paisaje de Torreón le recordó a esos fotogramas por sus tonos ocres y áridos.
El autor cita el capítulo 9 de la tercera temporada. Jesse Pinkman asiste a un grupo de ayuda para adultos, y allí comparte que en la clase de tecnología del instituto se le encargó construir una caja de madera. Pinkman decidió hacerla lo más rápido posible para poder ausentarse por el resto del semestre. La construyó en escasos dos días. Sí, era funcional, servía para colocar cosas, y se la mostró a su maestro. Este lo cuestionó: “¿Es lo mejor que puedes hacer?”. Pinkman pensó entonces que podía hacerlo mejor. Construyó otra caja, y luego otra más, hasta que al final del semestre iba por la quinta. La última caja la construyó con nogal peruano e incrustraciones de ébano, unida con tarugos. La lijó por días hasta dejarla lisa como cristal y recubrió la madera con aceite. La caja de Pinkman es la analogía para explicar la construcción de una novela.
Padura ostenta una lista con veinte reflexiones sobre el arte de la novela y no tiene reparo en compartirlas. “Cuando uno lee, está aprendiendo a escribir”. Dice que primero hay que tener en claro para qué se escribe. Asegura que las palabras son las únicas herramientas con las que cuenta el escritor. Que a partir del conflicto nace el argumento. Que un autor que termina una novela es alguien distinto a quien aún no la ha empezado. Pregunta de dónde salen las ideas para escribirla. Responde que esa respuesta es un misterio. En todo caso, “la novela tiene que partir de la libertad”.
Entonces llega al vigésimo y último punto de la lista. “A la cajita de Jesse Pinkman que les mencionaba al principio”, dice. Se trata del reto, del desafío. Un escritor debe ser ambicioso y ello implica establecerse retos. Padura asegura que enfrenta cada novela como un desafío a sus capacidades. Triunfar o no, esa es cuestión adicional. Ante el aplauso o el abucheo, lo importante es no dejar de intentarlo. Si un escritor pierde la ambición debe dedicarse a otra cosa.
“¿Qué pasa cuando un novelista escribe una novela más? Sólo porque quiere, porque lo desea o necesita, o bien porque le piden que escriba una novela más. Por lo general, lo que ocurre es que el novelista escribe, precisamente, una novela más. El novelista debe tener ambición. El artista siempre debe ser ambicioso y ambición implica imponerse retos. El gran reto, además, es siempre el mismo. El gran reto es escribir la mejor novela que uno sea capaz de escribir en el momento en que la escribe. Y si es posible, que esa novela sea mejor que la anterior que escribió, que toque otras cuerdas de la sensibilidad y de la condición humana, que busque, que practique estrategias narrativas, de estílistica, estructurales, incluso conceptuales, nuevas o diferentes. Que la novela por escribir lo rete a algo como escritor...”.
Tras hora y media, la conferencia termina como si llegara a la novena baja. El escritor da un espacio en “extra innings” para conversar con el público, y este no para de lanzarle preguntas como si fuesen bolas rápidas: ¿Para qué se escribe una novela? ¿Para qué la escribe Leonardo Padura? ¿Qué mensaje comparte a estudiantes que quieren ser escritores? ¿Cómo lograr encarnar a sus personajes? ¿Combina personajes reales con ficticios? ¿Y el reto aspiracional de la novela? En Ir a La Habana usted tiene una gran manipulación y yo llego a preguntarme: ¿por qué no menciona a los culpables de esa tragedia? “Están implícitos”, responde el autor a esta última.
Antes de finalizar, las autoridades de la UAdeC, encabezadas por Sandra López Chavarría (coordinadora de la Unidad Laguna), Félix Ibarra Linares (coordinador general de Difusión y Patrimonio Cultural) y Arcelia Ayup Silveti (jefa del Departamento de Difusión Cultural Unidad Laguna) le entregan un reconocimiento con forma de sarape enmarcado.
“Sin ambición y sin reto no hay gran arte. Y no es que uno logre hacer siempre gran arte, pero siempre debe proponérselo, porque a veces de ese propósito llegan las recompensas. Y la más importante de todas las recompensas es saber que, frente a una nueva novela, uno conserva esa bella ambición del joven que quiso escribir mejor que Hemingway, mejor que Salinger, mejor que García Márquez, que quiso escribir una novela mejor que Desayuno en Tiffany’s. No hay que conformarse con la primera cajita de madera que uno construye”.
Leonardo Padura, el primer escritor cubano independiente, el habanero reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 y el Premio Nacional de Literatura de Cuba 2012, y quien además ostenta un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se despide de Torreón y sus ocres paisajes, de la tierra donde, ocho décadas atrás, su compatriota e ídolo, el pelotero Martín Dihigo, triunfó en las filas del Unión Laguna y en infinitas ocasiones provocó que el público se levantara de las gradas, tal como lo hace el escritor con sus lectores para tomarse la última fotografía.