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Slow read

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RUTH CASTRO

Cuenta internet que el término fast food se originó en San Bernardino, California en 1940, con el primer local de McDonald's. La vida moderna comenzaba a acelerarse y se requería de un servicio inmediato, horarios amplios, bajos precios y autoservicio. Aparecieron entonces estos restaurantes de comida rápida con hamburguesas, pizzas, papas fritas, sandwiches, hot dogs, etcétera. Comida veloz, hipercalórica y chatarra.

Bastantes años después surgió el concepto contrario, slow food, refiriéndose, sobre todo, a lo que se ofrece cocinado en horno de leña, en el que hay que esperar al menos media hora para obtener una carne suavecita que se deshace en la boca o una pizza de masa delgada y crujiente. Esta "demora" es en realidad lo que antes del fast food era común esperar para comer, aunque la frase surgió precisamente para poner atención en el tiempo de espera y en lo que se consigue con ello, una forma de decir que no es comida de plástico.

El sistema de consumo, que es muy hábil para absorver las necesidades de quien se cuestiona lo que se hace con prisa, ha creado productos fast disfrazados de slow, así como ha tomado la necesidad de comer de formas más saludables solo agregando la etiqueta de light, orgánico, bajo en calorías, etcétera, a los mismos artículos. Ahora existe el fast casual, que es un intermedio entre la ya conocida comida rápida y el casual dining o comida informal. Se trata de una opción no tan barata, con ingredientes "más sanos" y con un tipo de decoración agradable que intenta alejarse de los que sirven el pedido en una charola o en una cajita feliz.

La categoría fast se ha aplicado a muchos otros productos y servicios, como la ropa o los envíos a toda velocidad de la compra en plataformas digitales. Los libros y la lectura no se escapan de esta premura contemporánea. La gente pide un libro y se alegra de que pueda llegarle al día siguiente sin reparar en las implicaciones ambientales que este traslado conlleva. Ya hablaba yo en este espacio, en la columna anterior, sobre los retos de lectura anuales en los que se presume en redes sociales los cientos de libros que alguien consigue leer si se lo propone; las técnicas de lectura fácil y rápida o las aplicaciones que resumen textos y que prometen que con ello se puede ser alguien más culto e interesante. Las tres parecen atender al mismo espíritu que allá en los cuarenta dio a luz al fenómeno de la comida rápida y traen como consecuencia que la experiencia de la lectura sea también veloz e indigesta.

Lo anterior a algunos/as nos parecería broma, pero es anécdota, como dice el meme. También son escenas de la novela El gato que amaba los libros, del escritor nipón Sosuke Natsukawa, en la que los protagonistas: un adolescente de nombre Rintaro y el gato Tora van atravesando laberintos con el fin de "salvar libros"; en uno de ellos los libros se han convertido en objetos de consumo rápido y hay especialistas haciendo resúmenes extremos hasta reducir cada libro a unas cuantas frases; en otro, una editorial se ha deshecho de la mayoría de su catálogo para solo hacer libros de lectura sencilla, bajo la premisa de que eso pide y quiere la gente. Esta historia de Natsukawa tiene elementos del género fantástico, pero también toma de la realidad actual estos fenómenos de la impaciencia y la urgencia en relación al mundo de los libros y la lectura.

Me pregunto hacia dónde nos dirigimos con tanta celeridad. ¿A producir para ganancia de otros?, ¿a ganar un lugar en la cultura de la competencia? No crean que yo me salvo. No hablo aquí desde ninguna superioridad moral. Por más que intente no sucumbir a tantos estímulos de consumo soy arrastrada por la misma corriente.

Sin embargo, el asunto me da para reflexionar que, en materia de lectura, la mayor resistencia está en la lentitud, en la atención y en la capacidad de disfrutar de los procesos que suceden mientras se lee pausadamente, se anota, se subraya, se digiere un texto. Parece un lujo, y a veces lo es, porque la mayoría no tenemos tiempo de sobra, y termina siendo una lucha contra todo lo que nos distrae y nos dispersa. Yo hablo de lectura aquí, pero aplica a toda actividad de recreación, de ocio, y de estudio. Vayamos lento.

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Escrito en: Ruth Castro Libros lectura

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