No se requiere ser demasiado perspicaz para percibir que en las últimas semanas se advierte una paulatina -pero muy clara-- disminución en el tono crítico de cierta comentocracia. Sí, esa que en años anteriores se caracterizó por sus señalamientos tan encendidos como vehementes, por sus concienzudas investigaciones especiales, algunas incluso realizadas corriendo riesgos; en fin, por sus cuestionamientos severos, sus acusaciones directas y sus juicios categóricos.
Y qué bueno que así haya sido y sea en lo que aún queda, ciertamente no poco, aunque vaya en declive. Por supuesto que el cambio no ha ocurrido de manera abrupta. Por eso tal vez pocos han caído en la cuenta. Todo parece indicar que se trata de una estrategia cuidadosamente planeada. Ha sido, como queda dicho, de manera paulatina y sutil. Comprende varios elementos, claramente detectables, y obviamente sucesivas etapas.
Los principales elementos de ese proceso son los siguientes: En primer lugar, la muy insistente diferenciación, tenue al principio y cada vez más notoria, que se hace entre la actual titular del Ejecutivo y su antecesor.
El anterior Presidente -dicen y es cierto-- sembró rencores y odios, polarizó a la nación, gobernó a base de caprichos y mentiras, endeudó al país como antes nunca nadie, propició divisiones, fue insensible ante la terrible matanza y desaparición diaria de numerosas personas, y una larga letanía de acciones negativas nunca vistas en más de dos siglos de historia. Todo lo cual a muchos les parece sin importancia, porque están muy contentos con las dádivas de los programas clientelares, como incluso algunos morenistas los han calificado en sus pugnas internas.
Ah, pero la nueva Presidente -afirman taimadamente algunos otrora críticos--, es otra cosa. Casi una monedita de oro. Pero pasan por alto que dice y hace prácticamente lo mismo que hacía y decía quien le preparó el camino para imponerla en el cargo, en abierta violación de todas las disposiciones constitucionales y legales en materia electoral.
Pero que además olvidan lo que sin rodeos ni reticencias dijo su antecesor, es decir, AMLO, en la concentración efectuada en el Zócalo el 1 de diciembre de 2023, al describir el perfil completo de su corcholata afortunada, de la que sólo le faltó mencionar su nombre completo, pero que ni falta hizo, ya que sin mayor dificultad todo el mundo lo adivinó. La designó para hacer lo que no se atrevió ni Lázaro Cárdenas con el radical y exaltado Francisco J. Múgica en la sucesión de 1940. Pero él sí en 2024. ¿Más claro?
En segundo término: en sus opiniones y análisis no son pocos los comentócratas que esperan una ruptura entre antecesor y sucesora. Señalan al efecto detalles insignificantes que dicen apuntan en tal dirección. Con toda claridad, en días pasados, ya ella se los dijo de manera precisa y contundente: Ni esperen ni se hagan ilusiones de que habrá tal rompimiento. Aunque tal vez algunos seguirán en su fantasía.
Y tercer dato, no menos relevante: Resulta que de un tiempo acá, lo cual es fácilmente verificable, una parte de la casta de opinadores considera insignificantes y sin real importancia los esfuerzos ciudadanos de distintas procedencias, incluidos los que aporta la izquierda democrática, a favor de la vigencia de las instituciones democráticas y el respeto a los derechos humanos.
También, cuarto elemento, critican la pasividad y desaparición -dicen-- de los partidos de oposición, y aunque mucho hay de cierto en estos señalamientos, cabe tener presente que esa comentocracia al no ocuparse con seriedad de lo que la disidencia dice, opina y propone, contribuye a la invisibilidad opositora que critica.
Hay otros datos, que por lo pronto quedan en el tintero. Como la notoria ausencia (casi desaparición) de textos críticos (ahora más bien tibios) en materia política en los contenidos de las dos principales revistas mensuales que la intelectualidad mexicana sigue. ¿Lo han notado? Ojalá todo lo anterior, tenga una diferente y razonable explicación.