La expectativa de evitar ciertos temas viene de la ilusión de leer mentes y de la existencia de una, varias, cientos de personas que piensen, actúen y sientan, no igual que nosotros, sino como nosotros queramos. El temor de esas conversaciones es precisamente la incomodidad que generan y eso viene del displacer de reconocernos no del gusto de todos. Este tipo de charlas sólo se dan con aquellos que nos importan; cómo me va a lastimar que un extraño no quiera convivir con mi mamá, que le genere nauseas mi perfume, que me confiesen un problema económico solicitando mi ayuda o que me pidan guardar un secreto que compromete mi ética, pero también la amistad. Incomoda porque hay una expectativa que, reconozcámoslo de una vez, es imposible no romper en algún momento.
Sería lindo, y muy generoso, mirarnos como humanos desde nuestra perfecta experiencia terrenal, con mentes locas y cuerpos generando procesos constantemente. Nos avergüenza el moco, el ruido que produce el chorro de la orina, el sonido de la tripita después de comer… o cuando no has comido, el vello que se resistió a la depilación, la caspa que produce el agua caliente, la empatía que se da o no se da, el vómito verbal que expulsa dolor igual que el físico, las lágrimas sin aparente sentido cuando estás sintiendo todo.
Hay un pequeño grupo donde nada de esto es un problema, donde la imperfección (o la perfección de mi existencia) está aprobada y a salvo: el núcleo, la familia. Tal vez es el confort de que ahí no hay salida, pues el lazo sanguíneo es permanente, son ellas las personas que aprendieron a querernos a pesar de todo lo malo, todo lo feo, todo lo grotesco y todo lo incómodo. ¿Y si eso es el amor? ¿Y si hablamos de amor y no de expectativas? Nos queda claro que mamá y papá saben que, cuando comemos picante, escurre sigiloso un moco por nuestra nariz; que cuando hace frío retomamos la posición fetal hasta entumecer nuestras rodillas; que cuando nos estresamos, es preferible que nadie nos moleste; que lloramos con bastante frecuencia… o que nunca lloras; que somos muy intensos y parlanchines… o que es complicadísima que digamos lo que sentimos. ¿por qué buscamos ser amados omitiendo lo que somos?, ¿por qué esquivamos las conversaciones que nos muestran como realmente somos y preferimos esas charlas de café donde hablamos de películas, de empleos, de viajes, de momentos? Incomódate de vez en cuando, vas a aprender mucho de ti.