"El bien puede imaginar el mal, pero el mal no puede imaginar el bien". Esto escribió W.H. Auden en 1947 en su poema La Era de la Ansiedad. Allí revela la angustia existencial de la época a través de las intensas conversaciones y monólogos de sus cuatro protagonistas. La ansiedad, caracterizada por la preocupación ante riesgos posibles y amenazas reales, es constante. El miedo reina.
El siglo 21 ha traído de regreso, y con más fuerza que antes, las ansiedades que definen épocas. Muchas de las condiciones preexistentes se han agudizado, al mismo tiempo que aparecieron nuevas fuentes de ansiedad de inédita potencia. La posibilidad de devastadores incendios forestales, sequías, inundaciones y huracanes se ha hecho parte de la cotidianidad de millones de personas en los cinco continentes. Los accidentes climáticos son ahora más frecuentes y costosos en términos humanos y materiales.
Otra importante, y relativamente nueva, fuente de ansiedad es la revolución digital. La automatización que destruye empleos siempre ha sido fuente de preocupación, pero ahora hay que añadirle la diseminación de empresas digitales que nos roban la identidad, venden nuestra información y violan nuestra privacidad.
Reina la "posverdad", palabra escogida en 2016 por los diccionarios de Oxford como "La Palabra del Año". Esta se refiere a situaciones en las cuales los hechos objetivos influyen menos sobre decisiones y conductas que los sentimientos y creencias.
En un ambiente moldeado por la posverdad hay más disposición a aceptar argumentos y puntos de vista que se "sienten" correctos, por más que la evidencia factual y verificable diga lo contrario. Este es el caldo de cultivo de un ambiente en el cual ya no se sabe que creer o a quien creerle.
Una encuesta a los participantes en el Foro Económico Mundial que se llevó a cabo el pasado mes de enero en Davos, reveló por segundo año consecutivo que, según los participantes, la "desinformación" es la principal amenaza global a corto plazo, mayor incluso que una guerra o que los accidentes climáticos.
Ni siquiera los principales directivos de las empresas más grandes del mundo son inmunes a las múltiples y simultáneas incertidumbres que moldean su ambiente de trabajo.
De hecho, la inseguridad laboral que caracteriza a la clase trabajadora en todas partes, ahora también forma parte de la vida profesional de los altos ejecutivos que están perdiendo su empleo a tasas sin precedentes. La empresa consultora Russell Reynolds analizó la rotación laboral en los más altos niveles de las empresas y encontró que un número récord de ejecutivos jefes habían dejado su cargo en 2024. Ese año aumentó 9% el número de ejecutivos que salieron de su cargo, alcanzando así el nivel más alto desde 2018.
El activismo de inversionistas impacientes con los magros resultados de las empresas, los disruptivos avances en inteligencia artificial que exigen profundos y rápidos cambios en la estrategia empresarial y la inestabilidad política son potentes ahora fuentes de ansiedad.
La ansiedad es parte de la experiencia humana. Es muy valiosa cuando funciona como alerta ante un peligro inminente y muy peligrosa cuando se hace crónica y paralizante.
Volviendo a Auden, y en vista de la turbulencia que hoy nos sacude, es urgente aprender a imaginar el mal.