Tragar sapos es parte central de la vida de todo político, aunque qué tipo de batracio y cómo se los tragan ha ido cambiando en el tiempo. En este mundo de líderes demagógicos fuertes, los políticos aliados deben tragar anfibios cada vez más desagradables. El espacio para disentir se ha acotado. Atrás quedó ese elector que premiaba a los políticos con suficiente espina dorsal como para defender ciertos principios.
Por su parte, quienes buscan el poder deben decidir si les convienen coaliciones amplias donde tengan que tragarse de todo, o llegar sólo con los de su grupo. En su primer intento por la Presidencia, AMLO buscó llegar solo. No aceptó a nadie que no fuera parte integral de su movimiento. Cuando Patricia Mercado, candidata del extinto Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina (PASC), sugirió bajarse de la contienda y apoyarlo, AMLO rechazó su oferta. Estaba seguro de que ganaría sin ayuda. El PASC obtuvo el 2.7 por ciento del voto. AMLO perdió con una diferencia de 0.56 por ciento.
Al inicio del sexenio, Fox se cansó de tragar sapo verde y terminó por no darle la Secretaría del Medio Ambiente a algún miembro del PVEM, integrante de su alianza electoral. Esto enfureció a su dirigencia y se separó del PAN. Con ello, a Fox se le complicó aún más gobernar. Tuvieron que tragar muchos sapos del PRI. Ya sin el apoyo del PVEM, el triunfo de Calderón fue apretadísimo.
Para el 2018, AMLO cambió su estrategia. Era la última oportunidad. Había que sumar a todos los posibles. Contendió junto con el PT y el PES. Pasada la elección sumaría al PVEM.
Más importante aún, en el proceso de selección de candidatos, Morena, recién creado y con pocos cuadros en buena parte del país, aceptó a cualquiera. No importaba su reputación ni historial, mientras tuvieran alguna base política y estuviesen dispuestos a aceptar el principio central del movimiento: disciplina y lealtad al liderazgo de AMLO. Entrar a Morena los purificaba y los protegía de su pasado. Más aún si contribuían con efectivo para la campaña. Muchos lo hicieron. Esto se repitió en el 2021 y en el 2024.
Esta semana Sheinbaum perdió la oportunidad de mostrar que sí llegaron todas y que hay ciertos principios éticos detrás del movimiento. Por lo contrario, se confirmó que, mientras sean disciplinados, los que sí llegaron no están solos. No importa qué hayan hecho.
Junto con sus aliados, Morena consiguió 257 votos para evitar el desafuero al diputado Cuauhtémoc Blanco. Sólo 25 morenistas votaron en contra. No necesitaron los 33 votos que les dio el PRI, aunque tenerlo como aliado ocasional es útil en dos sentidos. Primero, para dejar claro que tienen una reserva de poder frente a la disidencia interna. Segundo, para tratar de llevar el enojo de algunas buenas conciencias no contra Morena, sino contra el PRI.
Ante la corrupción e ineficacia de los gobiernos del PRI y del PAN había un profundo deseo de cambio. En 2018 Morena llegó al poder con la promesa de regenerar la vida pública nacional. Hay una clara contradicción entre esos principios y cómo y con quiénes han gobernado.
Las contradicciones del capitalismo, según la izquierda de la que proviene Sheinbaum, lo harían colapsar para que surgiera un nuevo y mejor mundo. No fue así. Ahora la pregunta es si la contradicción entre un movimiento que ganó en buena medida por una promesa de cambio en los principios que rigen la vida pública y los sapos que se tragan todos los días, llegará a estallar.
Veo difícil que la ruptura venga de adentro. Por lo menos no pronto. Ahora bien, si el gobierno de Trump exigiera entregar a algunos de los más conspicuos morenistas asociados con el crimen organizado, ¿qué pesará más, el pegamento interno de Morena o la relación con Estados Unidos? Entre más patadas le dé Trump al T-MEC, mayor sería la tentación de nuestro gobierno para preferir proteger a los de casa, o en palabras rimbombantes: la soberanía nacional.
ÁTICO
Morena prometió regenerar la vida pública. Hay una contradicción entre esos principios y cómo y con quiénes han gobernado.