La dimisión del primer ministro Justin Trudeau marca el cierre de una etapa en la política canadiense, pero, sobre todo, el fin de un período en la política internacional de Occidente marcada por su generación de líderes. Una generación dotada de un perfil varias veces imitado en el resto del mundo. En el cada vez más distante año 2008, parecía que el mundo pasaba por un momento desafiante pero esperanzador. En plena crisis financiera planetaria, llegaba al poder de la superpotencia un afroamericano que pronunciaba discursos con envidiable elegancia retórica: Barack Obama. Rápidamente, la prensa liberal le atribuyó a Obama todas las cualidades: escritor de libros autobiográficos interesantes, académicamente solvente, culto, buen orador, gran negociador (supuestamente debido a su breve paso por el Senado), eminente administrador, estadista, diplomático sin par y un larguísimo etcétera. Por el lado de la frivolidad política, las revistas del corazón lo calificaban de galán, esposo cariñoso, atleta, caballeroso, carismático y otro largo etcétera. Para los jóvenes, Obama era el amo de las redes sociales, el candidato que sabía comunicarse con ellos en su idioma de simplicidad analítica en pocos caracteres. Para la izquierda, Obama era la representación de la victoria teóricamente final contra el racismo histórico estadounidense y la encarnación por excelencia de la movilidad social del sueño americano. En fin, todo el mundo podía ver en ese hombre el perfil que mejor satisficiera sus necesidades. Demasiado bueno para ser verdad… pero se trataba de dominar con su popularidad las redes sociales. Ya vimos cómo terminó su gobierno con una China muy fortalecida y amenazante en el plano internacional, Rusia habiéndose anexado Crimea, el gobierno sirio usando armas químicas contra su población y la llegada a la presidencia estadounidense de un político abiertamente racista como Donald Trump. El partido político de Obama, el demócrata, terminó lastimado y muy dividido.
Hacia el final del gobierno de Obama, surgió en Canadá la figura de Justin Trudeau, una versión blanca del mismo perfil político. Atleta, practicaba yoga, creía en la basura new age, era medio woke, daba buenos discursos, galán de las mujeres, aparentaba ser razonablemente culto y sobre todo, conectaba con los jóvenes en las redes sociales. Había en Trudeau un claro deseo de imitación de Obama, y Obama bromeaba con que sostenían un "bromance", pero se notaba también la frivolidad del junior consentido como hijo de un ex primer ministro. Basta leer la autobiografía de su padre Pierre Trudeau en el libro Memoirs y compararlo con las memorias de Justin Trudeau Common Ground. El contraste es fascinante, pues mientras Pierre dedica su tiempo libre a reflexionar sobre los conflictos espirituales de su fe católica, las dificultades de una identidad canadiense mitad francesa y mitad inglesa, o el papel geopolítico de Canadá en la guerra fría, Justin habla en su libro de algunas novelas de cazadores de mamuts (no es broma), su gusto por esquiar y el boxeo. Gracias al impresionante servicio civil de carrera canadiense, el gobierno de Justin Trudeau logró éxitos económicos y políticos notables en sus primeros años, pero lo que él presumía en todas sus entrevistas era la legalización de la marihuana. Cada quién… a fin de cuentas, lo importante al final era ganar aprobación en redes sociales. Deja el gobierno con un nivel de aprobación del 16%, inflación galopante y la perspectiva de la llegada al poder de un partido conservador muy alineado con Donald Trump. El partido liberal canadiense termina muy lastimado por la imagen de su exlíder Justin Trudeau.
El tercer político de esa generación, que sigue activo pero cada vez más débil es Emmanuel Macron. En su libro de campaña titulado Revolución, Macron colocó en la portada unas palabras de respaldo a su candidatura por parte de Barack Obama. Literalmente, Obama decía "Apoyo a Macron. No apela a los miedos de la gente, sino a sus esperanzas." No dice nada de sus cualidades y habilidades para gobernar, pero es lo de menos. Desde luego, Macron también se volvió un consentido de las redes sociales. Atleta, galán, caballeroso, cultísimo como buen político francés y casado con una mujer veinte años mayor que él, difícil ser más políticamente correcto. Macron fundó su propio partido, porque eso sí, había que hacerse eco de la moda de condenar a los partidos tradicionales. Había que fundar la "nueva política." En las elecciones más recientes, su partido quedó en la calle de la amargura. La perspectiva de la sucesión de Macron está marcada por dos opciones igualmente negativas, una izquierda populista delirante y financieramente irresponsable al estilo latinoamericano encabezada por Jean-Luc Mélenchon. Más probable todavía, a la derecha suya aguarda para tomar su lugar Marine Le Pen de Agrupación Nacional, una organización de extrema derecha. Estamos hablando pues, de una generación política liberal que prometía mucho, pero dejó sus países en manos de un agresivo populismo de derecha. ¿Hasta dónde son responsables de la oscilación del favor político de sus pueblos? Yo diría que mucho. Habrá que analizar cuidadosamente si la frivolidad en redes sociales que los caracterizó a todos fue la causante de la distorsión analítica que les impidió ver la cólera e indignación creciente de sus gobernados. Y es que, la próxima semana, también termina el gobierno de Joe Biden, quizá el último político liberal más o menos clásico de Occidente, derrotado por el populismo de derecha. Su perfil generacional es muy diferente al de estos tres, sin embargo, la caída de todos ellos marca el fin de la hegemonía liberal occidental. Seguiremos hablando de esto.