">

EDITORIAL Columnas Editorial Kemchs Caricatura editorial Enríquez

Columnas

Urbe y Orbe

¿Trump antisistema? ¿En serio?

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Una de las ideas más sui géneris que he escuchado durante el regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos es que él no es de extrema derecha sino "antisistema". Un juicio así sólo puede hacerse desde la ignorancia del pasado reciente y no tan reciente del magnate republicano, o desde la conveniencia de intentar lavarle la cara para no sentirse incómodo con la simpatía que, en silencio o no, algunos sienten hacia sus posturas.

Como empresario inmobiliario, hotelero, casinero, mediático, financiero, tecnológico y productor de artículos de lujo, la expansión de la riqueza de Trump se dio en el clímax de la globalización neoliberal luego de varios tropiezos que casi lo llevan a la bancarrota. Una de las críticas más frecuentes que Trump ha hecho, ya como político, es la deslocalización de la industria estadounidense para moverse hacia países con costos más rentables, como México o China. Curiosamente, productos (accesorios y ropa) de la marca "Donald J. Trump Signature Collection" están fabricados en países asiáticos, entre ellos, China, precisamente porque es más barato producirlos allá, aunque en Estados Unidos se venden como artículos de lujo a precios ídem.

Además, Donald Trump pertenece al grupo que goza de mayores privilegios en la Unión Americana: hombres blancos ricos y cristianos. Es decir, el grupo más beneficiado por el sistema político y económico de la gran potencia. Es cierto, nadie es culpable de sus privilegios, pero sí responsable de la forma en la que los detenta y utiliza. Dicho lo anterior, raya en el absurdo afirmar que Trump es antisistema, cuando a lo largo de su trayectoria como capitalista ha sacado ventaja de medidas tributarias favorables, incentivos fiscales y desregulaciones financieras, todos productos del neoliberalismo globalista, y que de su incursión como político se ha beneficiado de un sistema electoral que privilegia la sobrerrepresentación del electorado blanco de cierta condición económica.

Pero más allá de la contradicción evidente, el hoy presidente de los Estados Unidos ha construido una agenda en la que convergen varios grupos que van desde la más dura derecha económica y política hasta la extrema derecha cultural y religiosa. Un primer aspecto es que el gobierno de Trump II, mucho más que el de Trump I, se ha constituido con personajes emblemáticos de las viejas y nuevas oligarquías económicas en las que figuran empresarios inmobiliarios, petroleros, del entretenimiento, financieros y tecnológicos. Además, el magnate republicano ya anunció una política fiscal de recorte de impuestos a élites y corporativos. Entre las estrategias para compensar esta disminución en la recaudación está el cobro de aranceles y la reindustrialización parcial de Estados Unidos, con la cual pretende engrosar la clase media, de donde obtendría los ingresos fiscales que no quiere cobrar a los ricos y poderosos.

Otra medida típica de la derecha política dura, que también ha sido adoptada por gobiernos que se asumen de izquierda estatista, es la militarización de la seguridad en todos sus ámbitos. Para supuestamente combatir a los cárteles del narcotráfico, hoy catalogados por Washington como terroristas; para frenar la inmigración no deseada, es decir, la procedente de países emergentes de mayoría no blanca, y para proteger mejor la frontera sur, Donald Trump despliega a las fuerzas armadas, aprueba para sí más facultades de confiscación, espionaje e investigación y anuncia una persecución abierta contra personas sin papeles. Y con ello, hace alarde de una de las aficiones más arraigadas de la extrema derecha: los embates contra la estructura internacional de Derechos Humanos que, por cierto, los propios Estados Unidos ayudaron a crear luego de la Segunda Guerra Mundial.

Y es justamente el unilaterialismo trumpista uno de los aspectos que más aplauden los grupos ultras que defienden una visión exclusivista de los derechos y las libertades, más bien constituidas como privilegios de "raza" o clase. En ese camino, el presidente estadounidense anuncia la revisión de todos los acuerdos internacionales y la pertenencia a los organismos multilaterales para cancelar su participación en aquellos que, desde su perspectiva, no benefician a los intereses de su país o que promueven agendas contrarias al statu quo. Por ejemplo, la salida del Acuerdo de París que promueve la transición de energías sucias a limpias para frenar el calentamiento global, beneficiará abiertamente a la industria de los hidrocarburos, uno de los principales donantes de la campaña de Donald Trump. El negacionismo climático es una de las banderas centrales de la extrema derecha.

Otros temas en los que se acusa una ultraderechización de las políticas gubernamentales es lo relacionado con los derechos de las minorías. Donald Trump impulsa medidas para que en Estados Unidos se priorice el idioma inglés, sin ser oficial, y con todo y que ese país es uno de los más diversos del mundo en cuestión lingüística y cultural. También ordena coartar enfoques educativos distintos a los dominantes, además de restringir el reconocimiento dentro de la libertad de identidades de género. Todos estos puntos forman parte de la agenda de la extrema derecha religiosa y cultural de los Estados Unidos.

El punto más crítico, quizás, de la plataforma de poder trumpista es quitar cualquier control y escrúpulo a la proyección imperialista de Estados Unidos. Contrario a lo que muchos creen, la Unión Americana se ha construido sobre la base de una política imperialista que ha abarcado prácticamente todas las formas posibles: territorial, con la expansión hacia el oeste y haciendo la guerra a naciones indígenas y a México; colonial, con el control sobre Puerto Rico y en algún momento las Filipinas; política, con la imposición de agendas propias a otros países; económica, a través de la hegemonía del dólar, y militar, con la invasión abierta de territorios en el extranjero.

Pero durante el siglo XX, el imperialismo estadounidense intentó cuidar las formas y evitar mostrarse menos descarado que en el siglo XIX. Y esto no fue por una cuestión de escrúpulos o vergüenza, sino porque así convenía a los intereses de Washington para enfrentar al imperialismo colonial europeo y, después, al imperialismo ideológico soviético. El "imperio de la libertad", lo bautizaron sus promotores. Es decir, un imperio, a fin de cuentas, con una visión particular de la libertad. Hoy, el trumpismo recoge el testigo del pasado imperial decimonónico estadounidense para proyectar sin tapujos su interés expansionista hacia el Ártico, hacia el sur del continente y otros espacios de su interés, como Asia Pacífico. Es el revisionismo histórico de la derecha dura neoconservadora de los Estados Unidos. No, Trump no es antisistema. Es un prosistema de privilegios americano.

urbeyorbe.com

Leer más de EDITORIAL

Escrito en: Urbe y Orbe columnas editorial Arturo González González

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2358055

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx