Algunas figuras republicanas proponen que Estados Unidos vuelva a una política exterior aislacionista, lidere el sistema internacional fortaleciendo su aparato industrial, blinde su economía, acreciente su poderío militar y capacidades ofensivas. Otros, que se centre en la lucha política interna contra el "socialismo" y combata la inflación y deje de implicarse en conflictos y guerras internacionales que no le incumben. Miles de estadounidenses que se identifican como creyentes y conservadores quieren acabar con la ONU, cortar los apoyos a los refugiados, combatir a los inmigrantes, restar legitimidad a las demandas de las minorías y nulificar a las organizaciones ambientalistas y defensoras de los derechos humanos.
Una mayoría republicana y sus múltiples aliados en fundaciones, iglesias, organizaciones y empresas privadas, en los medios periodísticos y electrónicos, en las redes sociales y en las grandes empresas globales tecnológicas, creen que los demócratas apoyaron una agenda internacional de izquierda, feminista y ecologista, la cual debe combatirse y erradicarse, abandonando por completo la defensa y promoción de la democracia.
Muchos estadounidenses reconocen la importancia de la política internacional y el papel de EUA en el mundo. Percepción reforzada por el hecho de que numerosos políticos, legisladores y comunicadores enmarcan cada vez más los asuntos de política industrial, de seguridad interna, de política energética y ambiental, las relaciones económicas y comerciales y la inmigración como cuestiones de política exterior y de seguridad nacional.
La segunda administración Trump redoblará y reforzará las líneas trazadas en su primer mandato. Pero ahora el marco ideológico planteado es: democracia vs autoritarismo, aun si está plagado de sesgos y falsedades. Por ello la política exterior estadounidense será eminentemente pragmática y transaccional, donde el presidente se hará cargo personalmente de ciertos asuntos y dejará que el Secretario de Estado, junto otros miembros del gabinete y enviados especiales atiendan y resuelvan los otros asuntos y problemas internacionales.
Con China buscará encontrar un equilibrio entre confrontar, competir y colaborar, negándole el acceso a alta tecnología estratégica, sostener una guerra comercial, pero evitando una confrontación militar, especialmente en torno a Taiwán. Con Rusia tratará de imponer negociaciones de paz aun si eso significa forzar a Ucrania a que renuncie a su integridad territorial.
La guerra en el Medio Oriente es el último y más claro ejemplo de la prolongada crisis de legitimidad y credibilidad de la política exterior estadounidense, luego de los sonados fracasos en Irak y Afganistán, la incapacidad y falta de voluntad para presionar a Netanyahu y la cínica actuación en Siria, Líbano, Yemen y antes en Libia. El apoyo irrestricto al gobierno de Israel en la guerra en Gaza no obstante su condena y rechazo por una inmensa mayoría dentro y fuera de Estados Unidos, continuará sin cambios con la nueva administración republicana, que se ha atribuido el reciente acuerdo de cese al fuego temporal mediante un intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos.
Trump apoyará la ocupación permanente por parte de Israel y el control militar de la franja de Gaza, la expansión de las colonias judías en Cisjordania y la ocupación de Jerusalén Oriental, buscando acelerar el establecimiento de relaciones diplomáticas y económicas bilaterales de Arabia Saudita con Israel. Tensará aún más las relaciones con Irán y forzará a Egipto y Jordania a secundar sus planes, que incluyen la estabilización de Siria. En Asia-Pacífico, fortalecerá los vínculos con la India, Filipinas, Vietnam, Australia y Nueva Zelanda para proyectar su poder en el Indo Pacifico, conteniendo la expansión de China.
Todo indica que la política exterior estadounidense será coercitiva y selectiva. Trump usará el poder económico y militar cuantas veces sea necesario para imponer acuerdos y conseguir arreglos, atacará el multilateralismo y se deslindará del regionalismo abierto, irá en contra del derecho internacional, se opondrá a los acuerdos de control de armas nucleares, no favorecerá un orden internacional basado en normas y se desmarcará de todas las instancias incómodas vinculadas a la ONU, empezando por el Acuerdo de Paris, rechazará la urgentísima transición energética, desentendiéndose del combate al cambio climático.
Con Trump habrá un interés selectivo en los asuntos mundiales. Habrá zonas de interés prioritario, otras sin importancia y algunas franjas intermedias. América Latina, Centroamérica y el Caribe importarán poco, y solo recibirán atención debido a la migración, la seguridad fronteriza, el crimen organizado, los recursos naturales, incluidos los minerales estratégicos. Con la OTAN volverá a la carga con la amenaza de retirarse de la Alianza Atlántica en caso de que los aliados no aumenten sus presupuestos de defensa, actualicen y alineen sus doctrinas para contener el poder económico, tecnológico, comercial y militar de China y debilitar a Rusia. Estando a favor de fortalecer las relaciones bilaterales con los países europeos, Trump se opone a la Unión Europea, a la que considera "una organización supranacional y antidemocrática que infringe la soberanía nacional de sus miembros, desperdicia el dinero de los contribuyentes, distorsiona las políticas de inmigración europeas y defiende una agenda energética y social que proviene de izquierda radical".
El segundo mandato de Trump se perfila como uno de los más riesgosos y polémicos en la historia contemporánea. La agenda de política exterior que se percibe contribuirá a la creciente histeria y animadversión contra Estados Unidos. Por ello debemos hacernos algunas preguntas trascendentales: cuando concluya en 2028 la presidencia de Trump, ¿cuál serán los impactos probables de la política exterior estadounidense sobre el cambiante orden mundial, sobre las alianzas, las relaciones bilaterales y trilaterales con sus vecinos, y el futuro de las instituciones multilaterales?
@JAlvarezFuentes
