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Trump y el cuento de los golfos

JORGE RAMOS

Vivo a unas dos horas del golfo de México. Desde Miami agarras la calle 8 hacia el oeste y, luego de cruzar los interminables y fascinantes pantanos de los Everglades, te topas con varias ciudades costeras. Sus playas son famosas por su color, casi blanco, y por estar repletas de conchitas. He estado ahí muchas veces, pero ni una sola escuché a alguien decir que le gustaría cambiarle el nombre al mar que conecta Florida con México.

Hasta que llegó Donald Trump. Hay tantas cosas que han cambiado desde que él regresó a la Casa Blanca el pasado 20 de enero.

"Vamos a cambiar el nombre del golfo de México por el golfo de América", dijo Trump en una conferencia en Florida, poco antes de tomar posesión. Y luego soltó dos frases que sonaban a resentimiento o venganza. El golfo "es nuestro", aseguró, como cuando un niño le arrebata un juguete a otro. "Y México tiene que parar a millones de personas que se cuelan en nuestro país".

Entre sus primeras órdenes ejecutivas, Trump les instruyó a todas las oficinas de su nuevo gobierno el cambio de nombre. En Estados Unidos, típicamente, es el U.S. Board of Geographic Names que asigna los nombres a montañas, territorios, lagos y mares. Pero el de Trump no es un gobierno típico. Ni tolerante.

A dos reporteros del Associated Press, la agencia de noticias, se les prohibió entrar a cubrir eventos en la Casa Blanca - incluyendo una conferencia de prensa con Trump - debido a que el manual de estilo de esa agencia aún sigue usando el término "golfo de México" en lugar del preferido por el presidente. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, equiparó el resistirse a usar el término oficial con decir "mentiras". Pero una representante de AP lo calificó como una forma de "castigo" a la libertad de expresión.

A nivel internacional no existe un organismo, con autoridad en todo el planeta, que pueda imponer indiscutiblemente nombres geográficos. Por eso, por ejemplo, Irán y Arabia Saudita tienen un conflicto similar. Al mar que divide los iranés, le llaman golfo Pérsico, y los sauditas golfo de Arabia. De igual manera, el río que divide México y Estados Unidos es Bravo para unos y Grande para otros.

Al final, como casi todo en estos días de inteligencia artificial, son las grandes compañías tecnológicas las que tienen la última palabra. Google, en un comunicado en la red social X, dijo que su "práctica desde hace mucho tiempo es aplicar los cambios de nombre una vez que estén actualizados por fuentes gubernamentales".

Y por eso, para los que ven la página de Google Maps en Estados Unidos, en la mitad del mar de 600 mil millas cuadradas, aparecen las tres palabras "golfo de América". La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, por supuesto, no estuvo de acuerdo y dijo que Google "está equivocado", citando 12 tratados binacionales, los índices de la Organización Hidrográfica Internacional y una costumbre internacional de más de cuatro siglos. Y aclaró que Estados Unidos solo tiene potestad sobre su "plataforma continental" - que son "22 millas náuticas" desde sus costas - más no sobre todo el golfo.

Los números le dan razón a la presidenta de México, una científica. De hecho, si se tratara de porcentajes por su extensión, el golfo de México es el 49 por ciento mexicano, el 46 por ciento estadounidense y el resto cubano, de acuerdo con Sovereign Limits, un respetado sitio de fronteras a nivel mundial y cuyo cálculo publicó The New York Times.

Con Trump es importante no engancharse con todo lo que dice, porque dice mucho y no todo tiene sentido. Pero México hace lo correcto cuando se trata de defender su soberanía. Sin drama, pero con firmeza. Y guardando espacio y energía para cuando surjan las verdaderas peleas, como los aranceles, la migración y la designación de los carteles como grupos terroristas.

Trump posee un pensamiento mágico. A veces parece creer que todo lo que dice, como por arte de magia, se convierte en realidad. Más allá del golfo de México, ha dicho que tomará el control de la franja de Gaza. Y cuando le preguntaron con qué autoridad lo haría, se autodesignó rey mundial y dijo que con la "autoridad de Estados Unidos". Además, hace poco, tras su conversación telefónica con Vladimir Putin, el líder ruso, adelantó que se lograría la paz en Ucrania, como si sus palabras automáticamente pudieran detener una guerra de tres años y un conflicto de décadas.

Al final, todos sabemos cómo va a acabar este cuento de los golfos. Trump jamás va a corregirse ni disculparse. Y le llamará golfo de América a lo que el resto del mundo llama golfo de México. En su grupito, donde nadie se atreve a retarlo, se declarará victorioso, sin saber, nunca, lo aislado que está del resto de la humanidad. Si hoy le cambia el nombre al mar, ¿podría más tarde llamarle golfo de Trump?

La próxima vez que vea reventar las olas en ese golfo, y note como revuelve las conchitas en un hermoso caos, estoy seguro de que no me va a importar cómo Trump quiera llamar las cosas. Hay que "destrumparse" y meter los pies en el mar.

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