La guerra en Ucrania ha cumplido tres años en su etapa más abierta y reciente. Hoy se habla de un posible acuerdo de paz. Una paz pactada en principio por los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin. Una paz que significaría la pérdida de soberanía territorial y económica de Kiev. Una paz que confirmaría la posición secundaria de la Unión Europea como cliente de EUA y a China como nuevo blanco geoestratégico del titán americano. La guerra en Ucrania es la evidencia de la crudeza de la nueva geopolítica de las grandes potencias.
Desde el inicio el conflicto ucraniano mostró su desproporción. Rusia, la segunda potencia militar del mundo, cada vez más recelosa de la hegemonía estadounidense, se lanzó contra Ucrania, la entonces vigésimo primera potencia militar que ensayaba un alejamiento de Rusia y un acercamiento a Occidente. La única forma que ha tenido Ucrania de resistir la invasión rusa ha sido a través del apoyo militar y financiero de Occidente en una guerra que, hay que decirlo, Kiev nunca podría ganar.
A propósito de la ayuda, Donald Trump dice que su país ha entregado entre 350,000 y 500,000 millones de dólares. Es decir, el que más ayuda ha brindado, por mucho. Es mentira. El apoyo estadounidense a lo sumo alcanza los 120,000 millones de dólares, una cantidad similar a la aportada por los países europeos en su conjunto. Lo más cruel del asunto es que Trump ahora le reclama al presidente ucraniano Volodimir Zelenski el pago de dicha ayuda con la licencia de explotación de los abundantes recursos naturales del país invadido por un monto similar al que dice que EUA ha aportado, o sea, medio billón de dólares. Casi tres veces el PIB nominal de Ucrania.
La más alta concentración de los recursos naturales codiciados por Washington está en el Este de Ucrania, territorio controlado actualmente por Rusia. El reconocimiento de la soberanía rusa sobre esas tierras es una de las exigencias de Moscú a cambio de cualquier acuerdo de paz. Aquí se asoma un posible punto ríspido en la negociación con EUA. Seamos realistas: la paz que Trump y Putin quieren pactar para Ucrania, y de la cual Europa aparece como mera espectadora, será una paz que desmembrará al país y lo dejará a merced del expolio de sus recursos. Imperialismo a la vieja usanza, pues. Todo ello después de cientos de miles de muertos y heridos, millones de desplazados y un país semidestruido.
Para entender esta nueva geopolítica imperial en su rostro más duro y en medio del ruido que hace fácil perder la brújula, propongo acercarnos al conflicto desde cinco claves contextuales. La primera es la historia.
Ucrania está considerada como el origen del pueblo eslavo y el núcleo germinal de la nación rusa. La Rus de Kiev, conformada en el siglo IX, es el punto de partida de la legendaria historia compartida entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania. El territorio de este último país formó parte posteriormente del Imperio ruso y de la URSS y desde su independencia en 1991 ha buscado afianzar una identidad nacional propia, a veces desde posiciones nacionalistas extremas.
En el siglo XXI, hasta 2013, había oscilado entre una vinculación estrecha con Moscú y el acercamiento a Occidente. El punto de quiebre ocurrió en 2014, cuando la caída del gobierno prorruso de Víctor Yanúkovich llevó a Kiev a mirar de forma más abierta hacia Bruselas y Washington, con el consiguiente recelo de Moscú. Pero desde el imaginario de la Rusia de Putin, Ucrania no es un estado soberano, sino un "invento" de los bolcheviques. Ucrania es para el Kremlin un territorio integral del llamado mundo ruso.
Intereses geopolíticos, segunda clave. Desde la primera época de los zares, Rusia se proyecta hacia Europa Oriental y Asia Central, sus dos flancos más débiles dada la falta de fronteras naturales. Al menos en dos ocasiones en la historia moderna (1812 y 1941), Rusia ha sido invadida a través de Ucrania. Los mares Báltico y Negro son las salidas rusas principales al océano Atlántico, a través de los mares del Norte y Mediterráneo, respectivamente.
Desde los años 90, la OTAN se ha ido expandiendo hacia las fronteras rusas, de tal forma que Ucrania ha quedado en la falla tectónica geopolítica que separa a la Alianza Atlántica de la Federación Rusa. Ante lo que ha interpretado como un cerco de Occidente, Moscú ha reforzado una entente con Pekín para impulsar un mundo multipolar post hegemonía estadounidense. A dicha entente se han sumado Bielorrusia, Corea del Norte e Irán, principales apoyos de Rusia en la guerra.
La tercera clave son los objetivos geoeconómicos. Ucrania es un territorio rico en recursos naturales: hidrocarburos, cereales, energía atómica, minerales metálicos y tierras raras. Estas últimas son insumos vitales para la industria tecnológica. Actualmente China es el mayor productor y exportador de la materia prima, situación que coloca a EUA en desventaja. Además, durante décadas el país del campo de trigo fue una etapa crucial en el tránsito de hidrocarburos desde Rusia a Europa Central y más recientemente se incluyó como etapa de la trayectoria rusa de la Ruta de la Seda china. Hacia el mar, Ucrania también es estratégica, ya que comparte con Rusia y Turquía la mayoría del control del mar Negro, sus rutas y recursos.
Factores ideológicos forman la cuarta clave. La política exterior rusa hoy está impregnada de eurasianismo, una ideología impulsada por el filósofo Alexander Duguin que aboga por la singularidad del mundo ruso. Bajo la misma doctrina, la Rusia de Putin experimenta desde hace años un viraje hacia la derecha al grado de convertirse en referencia para cierta ultraderecha en el mundo. Del otro lado del frente, aunque la Ucrania de Zelenski intenta mostrarse partidaria del alicaído liberalismo occidental, cuenta con expresiones ultranacionalistas de corte fascista que luchan palmo a palmo con las fuerzas armadas ucranianas. Para los liberales europeos, Ucrania es la última frontera de la democracia, y Rusia, una amenaza existencial.
Por último, la coyuntura política actual. Trump quiere que la UE asuma la carga de defender a Ucrania y defenderse a sí misma en el futuro. No obstante, para ello pide que los ejércitos europeos se pertrechen principalmente con armas "made in USA". Así, Washington deja de invertir en defensa en Ucrania y cosecha las ganancias de una mayor demanda para su industria militar. Dos pájaros de un tiro. Disminuir su atención del frente euroriental, le permitirá a EUA concentrar sus esfuerzos en reposicionarse en América ante el crecimiento de la influencia china, a la vez que enfrentar al gigante asiático en su espacio vital, es decir, Asia Pacífico. La UE, por su parte, se desgarra hoy entre dos facciones principales: la que aboga por enfrentar abiertamente a Rusia y la que llama a negociar con Moscú un entendimiento básico. El nuevo duelo geopolítico imperial comienza en Ucrania.
urbeyorbe.com