El México actual es diferente. Ya no es el país personalista de don Porfirio Díaz , el de Lázaro Cárdenas, el de Salinas o el de López Obrador. Los problemas que hoy hay que vencer son conceptualmente muy distintos a los de nuestra historia y esto pasa en el resto del mundo.
Los casos son evidentes. En Francia se debate la función del presidente de la República, mientras que en Alemania los polos radicalmente opuestos se debaten entre sí. Igual estamos experimentando confusiones ideológicas en el resto de Europa. La situación no puede ser más confusa en el conflicto bíblico de Israel que le niega a Palestina su razón de ser y su existencia. La situación árabe y judía sigue la temperamental rueda de la fortuna de Netanyahu y las zonas de Gaza y Cisjordania son la fuente de un conflicto inhumano. La invasión de Rusia a Ucrania es otro ejemplo de la avidez de una sola persona que ambiciona repetir un poder imperial fuera de época y de momento. Más adelante observaremos la manera en que Birmania, India y Paquistán no logran limpiar sus pizarrones de los conflictos ancestrales. Son millones de vidas que se siguen exponiendo en estas alturas.
Actualmente el mundo se encuentra en transición entre dos conceptos diferentes, sea el que depende de las decisiones democráticas, o bien de decisiones de grandes comités estatistas. Viene a cuento los casos de India, Hungría, Turquía y Rusia. El Trump de los Estados Unidos es otro ejemplo.
En ningún lugar del mundo los partidos políticos ofrecen progreso a la sociedad. Hoy solo dan su interpretación de los acontecimientos, pero no son capaces de diseñar, ni mucho menos de ofrecer soluciones efectivas.
En México, ningún partido, ni el PAN, ni el PRI, ni Movimiento Ciudadano y menos Morena y sus satélites, son incapaces de cumplir sus promesas y hacer realidad todo lo que se ha predicado en las campañas aprobando nuevas leyes en el Legislativo. En cambio, son vulnerables cuando se trata de sus propias aspiraciones generalmente utópicas e irrealizables. Esa preocupación se convierte en un lastre para la acción legislativa eficaz. El humanismo automáticamente se convierte en un estorbo y una herramienta demagógica.
Mientras en México sobran ideas para el progreso, en Estados Unidos Trump se dedica a destrozar sistemas razonablemente eficaces, borrando ministerios, recortando presupuestos para favorecer a los ricos, erradicando la democracia para encumbrar su narcisismo.
Por otra parte, en México debemos tener un sistema que tome en cuenta el peso de la mayoría económica del país para ofrecer niveles de vida dignos de acuerdo a las aspiraciones de los grupos que conforman la sociedad.
Es la presidente Sheinbaum la que debe empezar a conocer los grupos empobrecidos e imposibilitados de avanzar y no se vale decir que ya los conoce con solo verlos detrás de las vallas de algún mitin que su partido le organiza. Conocer sus verdaderas circunstancias y dimensiones para poder apoyarlos en alguna de las formas que más convengan para satisfacer las necesidades de una juventud.
Lo primero que hay que hacer es olvidarnos de los viejos moldes y crear un nuevo concepto de gobierno para que los programas sociales no sólo se dediquen a repartir dinero sino remediar la escasez de medicinas y de médicos, insuficiencia de inversión científica, capacitar a una inmensa masa de jóvenes que bien podrían ser reclutados para las Pymes.
En México, es una pena que las fuerzas esperen siempre la acción de los factores extranjeros y que no se atrevan a actuar con creatividad y valentía propias.
Lo que hay que resolver y que está en juego es la democracia que debiera ser la nota principal para los que toman las decisiones y que se consideran comprometidos a ese principio y de ser una marcada diferencia.
Pero el gobierno de la presidente de la República no ha llegado a tal grado de firmeza como para asegurar que la corrupción deje de ser el signo característico de la vida política de México. Es indispensable limpiar el gobierno de dicha lacra, fortalecer el Poder Judicial y reducir la corrupción a los niveles policiales.