¿Por qué decidí internarme en el fin del mundo en una eco aldea, viviendo con lo esencial, sin químicos, rodeado por la naturaleza, acompañado por el afluente río, el intenso mar, la brillante luna, el potente sol? No lo sabía hasta que estuve ahí.
Seis de la mañana levantándome en Salvador de Bahía, alistando mis cosas para ir a tomar el ferry para iniciar el viaje, me siento cansado, extraño, me miro al espejo y noto en mi cuello ronchas marcadas, brotado, como alergia, en ese momento recordé el "acarajé" con camarones (Comida típica de la Bahía de Brasil) que comí la noche anterior y que sospeche estaba pasado, descubrí que estaba intoxicado.
Decidí continuar mi viaje, me aventure a tomar el Uber que me tardaba 15 minutos en llegar al puerto para tomar el ferry, después pase 1 hora de viaje hasta llegar a Itaparica, para esperar 1 hora más para tomar el autobús que me llevaría a Itacare y que demoraría 5 horas de trayecto, ahí me estaría esperando para llegar a Piracanga, una lancha que atraviesa una bahía por 15 minutos, para después introducirme en la selva en auto por 1 hora mas, para llegar al lugar soñado, Piracanga, mientras tanto yo transcurría el viaje sintiendo los efectos y el cansancio de la intoxicación.
Qué semana más retadora en todos los sentidos, que diferente, única, qué difícil, qué inspiradora.
Me recibió la anfitriona, Mara, con una piel muy bronceada, un cuerpo escultural y una sonrisa grande, "Bom día" toda la semana seria en Portugués, la ventaja era que yo hablaba "Portuñol" , descubrí al grupo maravilloso de personas con las que compartiría la semana, la mayoría brasileños, pero también había suizos y holandeses, yo el único mexicano.
Descubrí que llegué intoxicado también emocionalmente, herido, cargando culpas, emociones que no eran mías, que eran de otros, me sentía emocionado, pero también solo y vulnerable, la enfermedad me jugaba en contra dentro de mi mente.
Y como siempre, como siempre, lo logré, conecté con todos, enfermo, sin energía, sin poder dormir, sin respaldos, con miedos, inseguridades, problemas, con mi energía muy baja, con mi cuerpo cansado.
Y como siempre, aparecieron los ángeles que me cuidaron, me nutrieron, que abrieron el camino, me ayudaron a sanar, a liberar mi carga física y emocional, aparecieron los chamanes, los rituales, las cartas, el canto, los mantras, las frutas, las verduras, el agua, que no valoramos, las risas, los bailes, las miradas, los besos, los abrazos, los encuentros, el cuerpo, lo simple, lo místico, lo común, mi México, las señales.
Aparecieron las manos que curan, las palabras perfectas, la noche estrellada, la guitarra, el fuego, la paciencia, la frustración, la distancia, la energía del colectivo, las flores, el verde, los árboles, los manglares, las mariposas.
¿Cómo no agradecer a la vida?
Y me dejé llevar, comencé a sanar, comencé a soltar, a dejar ir, a confiar, Cambié el miedo por esperanza, cambié la duda por la alegría, cambié el veneno por la energía, la impaciencia por el disfrute, aparecí yo de nuevo, renovado, único.
Y paso la semana que cerramos el último día con un amanecer inolvidable, despertamos a las 5 am, en silencio, todo el grupo caminamos hasta la playa y contemplamos ver el sol nacer, meditamos, hicimos yoga, en comunidad decidimos tomar un baño de sol, todos juntos, agarrados de la mano, sin ropa, desnudos, solo nos cubría la arena en los pies, los rayos del sol en nuestros cuerpos, para después permitir que el agua del mar recorriera cada rincón de nuestro cuerpo, estando presentes.
Entre risas y emociones, me sentí libre, feliz, sanado
Mis días en Piracanga fueron… mágicos.
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