El monte Pelée en la isla de Martinica comenzó a dar señales a todos sus habitantes: ruidos subterráneos, temblores leves y agrietamientos en parcelas que despedían azufre.
El jueves 1 de mayo de 1902, el volcán empezó a lanzar ceniza cubriendo los sembrados y contaminando las aguas cercanas al puerto. El gobernador Louis Mouttet recibió varios partes que indicaban la inusual actividad volcánica.
¿Qué hizo? Pensó en no alarmar a la población y evitar un desastre mayor, dejando que las cosas se arreglaran solas. Bajó el tono de las preocupaciones y desmintió una evacuación.
Esa noche los temblores continuaron y los pobladores no pudieron dormir. Hubo un signo inequívoco de la catástrofe que se cernía; las calles fueron invadidas por animales que intuían la muerte. Las personas acudieron a otra forma de negación: la superstición. Hicieron correr la voz de que se trataba del enojo de los dioses y que pronto pasaría. En los siguientes 6 días, la montaña explotó con furia, como si estuviera harta de ser desoída. El estertor de la naturaleza dejó, 29933 muertos luego de dar avisos muy claros que fueron obviados. Solo sobrevivieron 2 personas, un zapatero que se encontraba en un sótano y un preso.
Algunos nativos de esa región afirman que los dioses perdonan siempre, los hombres solo en ocasiones, pero la naturaleza nunca.
Todos los sucesos están precedidos por signos sutiles, apenas perceptibles. Cuando son desoídos, aumentan el volumen hasta que desencadenan y se transforman en hechos contundentes. Los susurros se convierten en gritos.
Nuestra extraordinaria capacidad de negación nos transforma a veces en seres omnipotentes.
¿Qué síntomas presenta? Una dosis de sordera mezclada con unas gotas de ceguera.
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