"El General Guerrero, que si vive será el próximo Presidente, me ha hecho grandes ofrecimientos. Pero yo no quiero renunciar a mi nación por ser Emperador de México". —Poinsett a Johnson (22 de Febrero de 1828). The Pennsylvania Historical Society.
El 14 de febrero del 2025, en medio de una crisis de seguridad con terribles repercusiones a la economía del país, Claudia Sheinbaum publicó un decreto por medio del cual declaraba que este mismo día sería conmemorado como el Día del General Vicente Guerrero: caudillo de la segunda insurgencia fallida y subordinado del Libertador Agustín de Iturbide con la proclamación del Plan de Iguala tras el cual -luego de hacer la Independencia- le honró nombrándole Mariscal del Imperio Mexicano, a lo que Guerrero al poco tiempo le correspondió con la traición personal.
Lo curioso es que esta celebración que se presenta como "nueva" ya estaba contemplada en el calendario oficial de la SEP en esta misma fecha desde que Luis Echeverría trató de imponer a Guerrero como "el consumador de la Independencia" en 1971.
No siendo precisamente un hombre de principios ni de luces pese a la leyenda tierna que en torno a su padre le inventara el mitómano Carlos María de Bustamante para halagarlo en vida a él y a otros personajes; consciente de ello, Guerrero siempre buscó una figura tutelar sobre la cual apoyarse. Lo hizo primero con el Coronel español Carlos Moya con quien trató de indultarse ante el Virrey en 1820, luego con Iturbide a finales de 1820 cuando supo por Moya que la Constitución de Cádiz y sus leyes racistas le discriminaban por su color de piel, y luego lo hizo bajo la órbita de Lorenzo de Zavala y la masonería donde al poco tiempo este terminaría por presentárselo nada menos que al enemigo mortal de Iturbide que fue el espía y primer embajador de los Estados Unidos en nuestro país: Joel Roberts Poinsett.
Esclavista y antimexicano, Poinsett tenía la misión de su Gobierno de pedir la venta o cesión de la Provincia de Texas -que le fue rotundamente negado por Iturbide- y para este fin buscó hacerse de mayor influencia entre la clase política mexicana a la que vendió un fanatismo proestadounidense y antirreligioso, lográndolo a través de dos pasos: el primero, inoculando un falso indigenismo azteca para quitar a la sociedad de cualquier vínculo o apoyo con todo lo español y europeo; y segundo, con la instauración de la masonería de rito yorkino a cambio de empleos, dinero y posiciones tras la impostura del nuevo régimen republicano, a imagen y semejanza de su país. Y uno de sus peones principales terminó siendo el General Guerrero que tras la presidencia de Guadalupe Victoria dio el primer golpe de Estado en nuestra historia contra la elección del Presidente Manuel Gómez Pedraza, para imponerse a sí mismo en Palacio Nacional con beneplácito de Poinsett, que le había nombrado Gran Maestre de la masonería yorkina.
Sin embargo, por su contubernio cínico con el embajador estadounidense el Congreso le declaró "moral e intelectualmente incapacitado para gobernar", por lo que se le destituyó en brevedad.
Como refiere el historiador Javier Torres Medina al igual que José Fuentes Mares entre otros, el suriano acudió a Poinsett, en busca de recursos para continuar la guerra contra los que lo habían destituido a cambio de "cumplirle la oferta que le hice de la venta de Texas luego que esté en posesión de la presidencia", y el resto es historia: terminó capturado y fusilado por haber faltado a su palabra de no levantarse contra el Gobierno.
En un momento de suma gravedad como pocos en nuestra Historia; donde los Estados Unidos se han dispuesto para castigar económica y militarmente a nuestro país por nexos con el Crimen organizado en el sexenio anterior, pretender relanzar por segunda vez como "novedad" y como "héroe" por dedazo o a un personaje sin virtudes -vinculado más por su servilismo a la nación de las barras y las estrellas- en medio de una crisis de seguridad como la presente, solo pueda brindar un mensaje muy equivocado.