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Los límites de la aplanadora

JESÚS SILVA-HERZOG

Hemos visto al gobierno de López Obrador como una aplanadora. Una máquina que pretende someterlo todo a su papilla ideológica, a su única lealtad. Desde antes de tomar posesión se ha hecho la voluntad de López Obrador y así hemos visto caer proyectos, instituciones y contrapesos. Justifican la devastación por la profundidad del cambio que dicen impulsar. Hay que arrasar con todo lo que venga del pasado antes de empezar a construir el futuro. El rodillo ha pasado sobre el servicio público, sobre los órganos autónomos, sobre los fideicomisos, sobre las instituciones de educación superior, sobre la misma administración pública.

Pensando en esa máquina que todo lo aplasta, perdemos de vista lo que resiste. Un retrato de nuestra época debe hacer inventario de todas esas resistencias que muestran la pujanza del pluralismo. Publico estos párrafos en un diario que es uno de los favoritos del odio presidencial. Es raro el día en que el presidente no lance su furia contra un periódico independiente que ha sido crítico del poder desde hace décadas. No: no calló ante los abusos ni ante los errores del pasado reciente. No calla ahora. Cumple con su deber de pedir razones, de hacer cuentas, de leer la ley, de exhibir abusos, de criticar despilfarros y absurdos. Los periodistas, los historiadores, los críticos que reciben el mismo embate no han buscado "portarse bien". Ante la intimidación y las calumnias, persisten para cumplir con la responsabilidad de pensar con independencia. La presidencia que querría una corte de aplaudidores, no puede más que reconocer que hay poquísimos intelectuales, poquísimos creadores de su lado. Cada vez son menos. La aplanadora no ha logrado someter a la razón crítica.

Los votantes respaldaron en muchos espacios al oficialismo en la elección intermedia. No hay duda de que el presidente y su partido mantienen popularidad. En el 2021 expandieron su presencia territorial y su alianza conservó la mayoría en la Cámara de Diputados. Pero no consiguieron la victoria aplastante que deseaban para afianzar su proyecto hegemónico. Sufrieron una derrota importante en la capital y encontraron un límite, quizá modesto, pero relevante en el Congreso. La reforma eléctrica que el gobierno ha querido impulsar está en suspenso. Hasta el momento, la reforma constitucional le está bloqueada a una mayoría que no tiene disposición de negociar. La aplanadora es dueña de la máquina de hacer presupuestos y leyes, pero no se ha apropiado de la Constitución. El límite a su capricho es real.

Después de una serie de señales preocupantes, la Suprema Corte ha tomado decisiones que la reinstalan como institución de equilibrio. En más de una ocasión ha declarado la inconstitucionalidad de decisiones del bloque gobernante y ha desairado al presidente. Nuestro máximo tribunal ha despertado, decía hace poco Héctor Aguilar Camín. Es cierto: no ha acompañado el populismo penal del presidente, no aceptó alargar la presidencia de Arturo Zaldívar; suspendió el acuerdo que envolvía en misterio las obras predilectas del gobierno bajo el pretexto de que se trataban de asuntos de seguridad nacional. Fue el INAI, que poco antes había festejado como ejemplar la construcción del nuevo aeropuerto, el órgano que solicitó la intervención del máximo tribunal. Ante la aberración, el órgano autónomo ejerció su autonomía y la Corte actuó como defensor de la constitución.

La resistencia del CIDE trasciende a esa pequeña comunidad académica. En poco tiempo se convirtió en el símbolo de un país que no está dispuesto a someterse a los dictados de la ideología oficial. Es ejemplo de una comunidad viva que exige respeto y que no admite comisarías en asuntos de cultura. ¿Resistencia a qué?, preguntaba Ugo Pipitone. "A la intolerancia y al acoso institucional contra cualquier forma de autonomía de pensamiento," respondía. La lucha de los estudiantes y profesores ha logrado la solidaridad de incontables centros de investigación en México y en el mundo porque es la defensa de un espacio independiente que no está dispuesto a licuarse en la olla del oficialismo.

No encontramos mucha luz en las oposiciones, pero sí en los espacios de crítica y del periodismo independiente, en las organizaciones de la sociedad civil que no se pliegan al capricho del poder, en las instituciones que defienden su decoro.

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