Hace frío. El viento se siente fuerte, pero no levanta la tierra... ha llovido. Aquí, en la parte alta de Chicoloapan, la falta de agua, de luz, de drenaje, la insalubridad, los rayos del Sol inclemente del verano y el frío de la noche del otoño. La miseria mata la fe.
Desde hace varios años en Lomas de San Sebastián —acusan vecinos— hay presencia militar. Personal entrenado ha seguido cada paso de nueve personas que durante más de 10 años recibieron instrucción guerrillera y operaron contra el Estado mexicano en todo el país desde las filas del PROCUP, grupo armado que dio origen al EPR.
Aquí, bajo la mirada del Ixtla y frente a la mancha urbana de Texcoco, Hermenegildo Torres Cruz, David Cabañas, Italo Ricardo Díaz, Ana María Vera Smith, Rubén Díaz, Pablo Torres Hernández, Felipe Canseco, Rey Venegas y Enrique Itahua, han encontrado refugio... buscan “el cambio radical del país por la vía pacífica”.
Hoy, nueve años después de dejar la cárcel, algunos venden botanas, otros estudian, algunos más son gestores y abogados, funcionarios de Gobiernos perredistas, otros se encargan de cuidar sus “proyectos sociales” y hacen tareas como reparto de agua.
Las casas, escuelas y calles de tierra de esta colonia irregular, asentada en ejidos, a tiro de piedra de plantíos de maíz, fueron construidas por estos ex milicianos del Partido Revolucionario Obrero Campesino-Unión del Pueblo (PROCUP).
Junto a 90 familias hacen las cosas a su modo, los maestros es gente de la comunidad, vigilan por la noche en grupos armados de palos y piedras, construyen en “faenas” y afirman que es posible el cambio.
“Adelante pueblo, rompe tus cadenas, en la unión radica nuestra fortaleza”, se lee en una barda frente a la escuela José María Morelos. Cuatro hombres, ex guerrilleros que hace años dejaron de caminar con la pistola en el cinto, hablan sobre su experiencia.
Hermenegildo Torres es tabasqueño, moreno y usa piocha. Su rostro, igual que el de sus compañeros es duro. Narra que en 1974 participó en un movimiento estudiantil en Villahermosa y viajó a México, donde estudió en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
“La pobreza y la marginación son un caldo de cultivo para grupos guerrilleros. La gente dice mejor muero peleando que de hambre. Pero lo pensamos bien y decidimos no ser parte de un grupo armado, ni su representante ni fachada ni brazo político, decidimos navegar solos.
“Somos la izquierda-izquierda que busca cambios radicales en el país, pero por la vía pacífica, debe haber un acuerdo nacional, que liberen a todos los presos políticos, un periodo de reintegración a la vida política-social de todos los grupos guerrilleros”, sugiere.
Los ex guerrilleros se declaran listos para transitar por la vía electoral. Dicen respetar a la insurgencia, pero reconocen que difícilmente la vía armada por sí misma puede triunfar.
Rechazan ir a un enfrentamiento por décadas e “imitar lo de Colombia”. “No estamos de acuerdo con los bombazos del EPR, porque si lo estuviéramos dejaríamos de ser pacíficos”, dice Torres Cruz.
Otros tres ex milicianos del PROCUP se sientan en el borde de una fosa séptica que construyen para la primaria de la colonia, miran con atención y establecen:
No estamos de acuerdo con los bombazos, pero tampoco que del otro lado haya dos desaparecidos, porque si estamos en un Estado de Derecho debe haber leyes y jueces que juzguen los delitos de quien sean, aun el mayor delincuente debe ser juzgado y tratado bien.
La clandestinidad
Hermenegildo se sincera: “La estructura rígida del PROCUP la analizamos a fondo desde la cárcel. Iniciamos el cuestionamiento interno, nos preparamos mentalmente para ya no caminar en la calle con la pistola fajada”, pero hubo un imperativo para pensar en la incorporación a la vida legal.
Lo detuvieron en 1976 y lo sentenciaron a ocho años de prisión. En 1978 fue amnistiado. Años después se sumó al PROCUP, donde hacía “propaganda armada en el valle de México... íbamos armados... me detuvieron el 98 de agosto de 1991... nos defendimos y me metieron siete balazos.
“En el PROCUP recibimos entrenamiento político-militar. Corríamos en los parques y los otros entrenamientos como karate militar, armar y desarmar armas, manejo de armas, éramos guerrilleros. Lo hacíamos en casas de seguridad.
“Nos organizábamos en núcleos de militantes, luego los comandos, que eran los operativos, que eran grupos de 12 compañeros por cada líder. Estábamos informados de todo, entrenábamos, nos ligábamos con estudiantes, campesinos, obreros y reclutas”, esboza.
Regreso a la vida legal
Hoy este hombre es padre de un pequeño de dos años, encabeza una oficina de gestión de vivienda en el Centro Histórico de la ciudad y es la cabeza visible de la Izquierda Democrática Popular (IDP) que aglutina a organizaciones político-sociales de izquierda, distanciadas del PRD.
Enrique Itehua es un hombre bajito, toma de la mano a su hijo, no lo suelta. En el PROCUP era soldado raso, propagandista se dice. Es veracruzano, tenía 25 años cuando ingresó al grupo guerrillero.
Fue preso el 6 de agosto de 1991 y sale libre para integrarse a la vida legal “haciendo marchas, plantones, huelgas de hambre en demanda de la liberación de mis compañeros, repartía el periódico El Proletario”.
Rey Venegas es indígena náhuatl, poblano y tenía 17 años cuando fue preso. Dice que se integró a la guerrilla por las condiciones sociales y económicas de donde es originario.
“En la cárcel hay tiempo necesario, de sobra, para pensar, para acceder a más literatura y eso permite entender que en la lucha, como hoy la desarrollamos, podemos lograr cambios sin transgredir los principios en los que fuimos formados”, se sincera.
Pablo Torres es nacido en el Distrito Federal, participó en “operativos expropiatorios” y hoy es gestor, se integra al PROCUP en los 80 y formaba parte de una célula que repartía el periódico El Proletario y hacía labores de adoctrinamiento en diversas zonas del país.
Recuerda que al recuperar la libertad, en 1998, y salir a la calle las condiciones políticas y sociales del país son diferentes a las que habían cuando desarrollaban su lucha; “la cárcel no nos cambió la visión, pero consideramos que se abren espacios políticos y es importante que se ensanchen para que gente pueda canalizar sus demandas por la vía legal... hay posibilidades”, dice.
A cada metro que se recorre en este lugar se siente la mano de aquella izquierda dura de los 70 y 80. Hay pintas de rechazo al Gobierno y de apoyo a la APPO, al EZLN y a la “Otra Campaña”.
Los ex guerrilleros se organizan. Terminan la tarde en la casa de Enrique Itahua, comiendo frijoles, pollo adobado, jamón con huevo y nopales.
Es un día de fiesta. Después de un rato cada quien se va a su casa... a la “normalidad”.