Durante el Siglo pasado México fue una pieza clave en las luchas revolucionarias de América Latina
México jugó durante buena parte del siglo pasado un papel de importancia en las modernas luchas revolucionarias de América Latina, ya sea admitiendo o tolerando representaciones de grupos guerrilleros extranjeros en territorio nacional. El clima de mayor solidaridad se dio con el presidente José López Portillo, declinó con Ernesto Zedillo y se extinguió con Vicente Fox.
En 1956 el Gobierno mexicano detuvo temporalmente a los cubanos Fidel y Raúl Castro, así como al argentino Ernesto “Che” Guevara, entre otros, por conspirar contra el Gobierno cubano, pero al final fueron liberados, lo que les permitió salir el 25 de noviembre de ese año de Tuxpan, Veracruz, en el yate Granma, junto a otros 79 expedicionarios para iniciar la revolución cubana.
Este apoyo, otorgado por el entonces jefe de Control de la Dirección Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios, después le valió a México ser inmune a la ola de guerrillera regional de las décadas de los sesenta y setenta, patrocinada por Cuba, que siempre se negó a promover cualquier agitación en México, en agradecimiento a aquel gesto.
En las décadas de los setenta y ochenta, el Gobierno mexicano, entonces detentado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no sólo no fue hostil a las luchas revolucionarias de Nicaragua y El Salvador, a quienes permitió de manera informal operar en México y hasta contar con oficinas y representaciones extraoficiales, sino que fue más allá.
José Puente León, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua ha asegurado que durante el sexenio de 1976 a 1982 Carlos Sansores Pérez, dirigente nacional del PRI y director del ISSSTE en la década de los setenta los apoyó, primero enviándoles una avioneta Cessna de turbohélices, un auto blindado y 2 millones de dólares. No en balde, en enero de 1980 el presidente José López Portillo fue recibido como héroe por el nuevo Gobierno sandinista en Managua.
Por lo que respecta a El Salvador, en 1981 el Gobierno mexicano reconoció, junto a Francia, al salvadoreño Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) como fuerza beligerante, lo que permitió que dicho grupo guerrillero fortaleciera su imagen internacional.
En la década de los ochenta México fue también santuario de miles de desplazados guatemaltecos, muchos integrantes de las guerrillas locales, en territorio nacional, lo que generó un problema humanitario en la frontera común, pero que además de salvar muchas vidas permitía a combatientes chapines encontrar un refugio ante los embates de los “escuadrones de la muerte” kaibiles.
En esa época, tanto nicaragüenses, como salvadoreños y guatemaltecos pudieron hacer proselitismo en México y participar en actos políticos y culturales, donde exponían su situación y aceptaban la solidaridad del pueblo mexicano, especialmente de los estudiantes de universidades públicas.
Sin embargo, con los años, la diplomacia mexicana cambió. Miguel de la Madrid promovió la pacificación centroamericana vía el Grupo Contadora y Carlos Salinas de Gortari concretó los acuerdos de paz salvadoreños, en 1992.
En ambos casos el discurso oficial mexicano ya no tomaba partido con los movimientos armados sino con la paz regional. Aun así se toleraron oficinas de representación como la de las propias Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que desde 1993 tuvo sede en la Ciudad de México.
También la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Frente Saharaui, que lucha por la revolución de la parte árabe de África tradicionalmente abrieron durante este tiempo representaciones más o menos informales en territorio nacional, pero sin apoyo oficial.
Ernesto Zedillo evitó cualquier señal de simpatía con las izquierdas rebeldes del mundo, e incluso dio los primeros acercamientos con la disidencia cubana en el exilio, lo que significó un histórico rompimiento con la tradición diplomática de la era priista.
Con Vicente Fox en Los Pinos, la diplomacia mexicana fue manejada en función de las filias y fobias de su primer canciller Jorge Castañeda, y de la impericia de Ernesto Derbez, ambos refractarios al régimen de La Habana y proestadounidenses, lo que eliminó cualquier señal de acercamiento con las representaciones de grupos guerrilleros.
Más aún, casi se rompen relaciones con Cuba y Venezuela; a las FARC no se les dio el título de grupo terrorista ligado al narco –como lo hizo Estados Unidos-, pero les fue enviada la señal de que no eran bien vistos en el país, lo que provocó el cierre de su tolerada representación en el año 2002.
La presencia de representantes de grupos radicales extranjeros se limita desde entonces a esporádicas apariciones en eventos de corte académico y colectivos vinculados al estudio de los movimiento sociales latinoamericanos, sin apoyo gubernamental.
Piden ‘lápida digna’
para mexicanos
Lucía Morett, rescatada con heridas tras las incursión colombiana a un campamento clandestino de las FARC en Ecuador, pidió ayer a los mexicanos “luchar” para que se haga justicia y se pueda colocar una “lápida digna” sobre los cadáveres de otros compatriotas suyos muertos en ese ataque.
La mexicana, estudiante de Filosofía de la UNAM, en un video difundido en Quito por la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos, agradeció el apoyo de sus compañeros y reveló detalles de la incursión colombiana en la zona selvática de Angostura.
Morett es una de las tres mujeres rescatadas con heridas por el Ejército Ecuatoriano, luego del operativo colombiano a la base rebelde, el pasado primero de marzo, en el que murió una veintena de personas, entre ellos el portavoz internacional de las FARC, “Raúl Reyes”.
Morett relata que llegó a Quito con otros cuatro compañeros suyos de la UNAM para “hacer un poco de turismo” y “conocer sobre la realidad ecuatoriana”.
El grupo de mexicanos también participó en el II Congreso Continental Bolivariano, que se efectuó en la capital ecuatoriana a finales de febrero y donde conocieron contactos que ofrecían llevarles a un campamento de las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Morett dijo que no se resistió a la posibilidad de conocer un campamento guerrillero, por lo que el 28 de febrero emprendió el viaje hacia la provincia de Sucumbíos, con el ánimo de hacer una investigación de base para su tesis de licenciatura.
“Sólo saludamos a un par de personas en el campamento, que nos dieron de cenar y nos indicaron el lugar donde dormiríamos, y así lo hicimos. Yo estaba dormida y lo que me despertó fue las bombas, fue un bombardeo muy grande, muchas, muchas bombas”, agrega.
Luego de la primera oleada de bombas, dice Morett, “hubo un periodo de una aparente calma”, pero tres horas después hubo otro bombardeo.
Después “llegaron personas disparando. Yo alcancé a ver mucho fuego y oí gente que contaba muertos, gente que gritaba y que decía ‘estoy herido, estoy herido, ayuda’”.
“Me preguntaron dónde estaba mi arma, yo les respondí que no tenía arma, que era civil”, asegura Morett y dice que luego la llevaron junto a otra mujer colombiana, también herida.
El volar de helicópteros de Ecuador ahuyentó a los soldados colombianos y luego llegaron los ecuatorianos, con quienes permaneció otra noche en el sitio, porque la nave no pudo aterrizar. Al día siguiente, las dos heridas, junto a otra colombiana rescatada de otra zona, fueron trasladadas a un hospital en Quito.