Ruta de Hidalgo. En la Plaza Principal de Lerdo se encuentra una estela conmemorativa del paso de Hidalgo por este municipio.
La madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla dio el famoso Grito de Dolores, con el que se dio inicio a la guerra por la independencia de nuestro país. ¿Qué pasaba en La Laguna en los meses y años previos al estallido?
LA PROPIEDAD DE LA TIERRA
Las tierras de La Laguna pertenecían en 1810 a los latifundios del marquesado de San Miguel de Aguayo y del condado de San Pedro del Álamo, unidos desde 1735 por el matrimonio de la marquesa María Josefa de Echevers y el conde Francisco Valdivielso, creando así una de las mayores fortunas de la Nueva España.
El latifundio de San Miguel de Aguayo era el más grande: abarcaba desde la Hacienda de San Francisco de Patos (hoy General Cepeda, Coahuila) en el oriente hasta Cinco Señores (hoy Nazas, Durango) en el poniente, y desde la frontera de los actuales estados de Coahuila y Zacatecas en el sur, hasta el poblado de Cuatrociénegas en el norte. El de San Pedro del Álamo abarcaba los actuales municipios duranguenses de Peñón Blanco, Guadalupe Victoria y parte de los de Cuencamé y Nazas.
En su bien documentado libro "Formación y decadencia de una fortuna: los mayorazgos de San Miguel de Aguayo y de San Pedro del Álamo 1583-1823", María Vargas-Lobsinger establece que ese inmenso territorio ocupaba una superficie de por lo menos 60 mil kilómetros cuadrados, es decir, más de la tercera parte de lo que hoy abarca el estado de Coahuila.
Antes y durante la guerra de Independencia, el dueño de esta vasta extensión era el cuarto marqués de Aguayo, Pedro Ignacio Valdivielso y Azlor, quien por cuestiones de herencia adoptó el apellido De Echevers, que era el de los fundadores de ese mayorazgo. Un mayorazgo, de acuerdo con María Vargas-Lobsinger era una "institución destinada a perpetuar en una familia la posesión de ciertos bienes a favor del hijo mayor". Así, durante poco más de 200 años, las tierras de La Laguna fueron pasando de generación en generación en una misma familia hasta llegar a la época de la rebelión insurgente.
Otro latifundio importante era el del Colegio Jesuita de Parras, con centro en la Hacienda de Santa Ana de Hornos, que se extendía sobre el actual municipio de Viesca, parte de Parras y del norte del actual estado de Zacatecas. No obstante, con la expulsión de la orden religiosa de las tierras novohispanas en 1767, estas propiedades fueron confiscadas por la Corona española, por lo que pasaron a la Junta de Temporalidades para luego ser vendidas, según Vargas-Lobsinger, al cura de Santa María de las Parras, José Dionisio Gutiérrez.
LA CUESTIÓN ECONÓMICA
La tierra se explotaba en mayor medida para la ganadería extensiva. Los productos vendidos más importantes eran animales en pie, sobre todo ovejas y, en menor medida, cabras, caballos, mulas y bueyes, los tres últimos como monturas y bestias de carga. Pero la fuente de riqueza de los marqueses de Aguayo era, en primer lugar, la lana, y en segundo, el sebo y las pieles. El principal mercado era la Ciudad de México.
Para darnos una idea del poder económico de la familia De Echevers, basta con revisar los datos que aporta en su libro Vargas-Lobsinger. Sólo en las tierras del condado de San Pedro del Álamo, cuyo centro administrativo era la Hacienda de Santa Catalina, el promedio anual de ingresos de 1768 a 1809 fue de 57 mil 572 pesos de aquella época, cantidad nada despreciable, distribuidos de la siguiente manera: 63 por ciento de ganado menor, 23 por ciento de ganado mayor y 14 por ciento de semillas para cultivos. Sólo como referencia, un carnero en 1809 costaba 2.25 pesos.
La agricultura tenía una importancia menor en la dinámica económica del latifundio, esto es debido a que dicha actividad se desempeñaba primordialmente para la subsistencia de, según Vargas-Lobsinger, las casi 10 mil personas (un 20 por ciento de la población total de la entonces provincia de Coahuila) que trabajaban en las tierras del marqués, y que habitaban los 66 poblados que había a lo largo y ancho de ese inmenso territorio en los albores de la época independiente. Los principales productos agrícolas eran maíz, trigo, frijol y chile.
Pero los gastos del marquesado no eran menores. Siguiendo con el ejemplo de las cuentas de la Hacienda de Santa Catalina de San Pedro del Álamo, los egresos anuales promedio, también en el periodo de 1768-1809, ascendían a 45 mil 275 pesos, de los que el 67 por ciento era para salarios y raciones de los trabajadores, empleados administrativos y escoltas; un 27 por ciento se destinaba a la habilitación de la hacienda, es decir, obras, reparaciones, fraguas, carpintería y servicios religiosos; y el 5 por ciento se gastaba en la "Casa Grande", en la que residía el administrador y la servidumbre, y a donde ocasionalmente acudían los dueños de ese imperio económico. En esa casa también se recibía a huéspedes distinguidos, como funcionarios virreinales, religiosos influyentes y otros ricos hacendados. Para dar de comer a toda esa gente se desollaban al año alrededor de 300 carneros, es decir, casi uno por día.
El pago a los trabajadores, que eran mestizos, principalmente, así como indígenas sometidos y algunos descendientes de criollos de familias sin importancia, se hacía en la "tienda" -antecedente de la tienda de raya prerrevolucionaria- ubicada en los centros administrativos de ambos latifundios, que, como ya se dijo, eran las haciendas de San Francisco de Patos en San Miguel de Aguayo, y Santa Catalina en San Pedro del Álamo. Ahí mismo los trabajadores compraban sus artículos de primera necesidad, dejando parte de su ingreso y en algunos casos endeudándose.
Sobre la importancia de la "tienda", Vargas-Lobsinger, escribe que "no era solamente el lugar donde se pagaba el salario de los trabajadores y éstos se surtían de todo lo necesario para vivir, era también una especie de banco del hacendado por medio del cual se controlaban todas las operaciones locales de la hacienda. Era un ramo más de un negocio que debía producir ganancias, y las producía". El mercado cautivo de las tiendas eran los mismos trabajadores, a quienes se les vendía la mercancía a un precio aumentado hasta en un 27 por ciento. Es decir, una explotación consumada. La utilidad de la tienda representaba un 35 por ciento de la utilidad total de las haciendas.
Dos Siglos de Historia...
En El Siglo de Torreón
No obstante el nivel de riqueza e influencia de los marqueses de Aguayo, quienes formaban parte del selecto grupo de los 20 millonarios de la Nueva España, vino la debacle, y de qué forma.
En 1810 el enorme latifundio se encontraba en plena decadencia, sumido en una crisis financiera que lo llevaría a la quiebra en 1815. ¿Cuáles fueron las causas? Una de ellas, sin duda, el endeudamiento crónico arrastrado desde 1751, cuando el tutor de Pedro Ignacio de Echevers, Francisco Manuel Sánchez de Tagle y Valdivielso, se convirtió en administrador de las haciendas mientras el marqués cumplía la mayoría de edad. La mala administración de Sánchez de Tagle, quien comenzó a pedir prestado cantidades ingentes para llevar a cabo proyectos cuya necesidad se pone en duda, hundió al latifundio en un déficit crónico del que ya no se pudo recuperar.
Cuando Pedro Ignacio se hizo cargo de la hacienda, ya había poco qué hacer. Los gastos de mantenimiento de la hacienda eran cada vez mayores, puesto que para pastorear el ganado era necesario trasladarlo a territorios cada vez más alejados, debido al agotamiento de los pastizales. Esto derivaba en un mayor gasto de insumos y de seguridad, ya que eran tierras inhóspitas y hostiles por la presencia de indios nómadas. Por otra parte, las reformas económicas impulsadas en la Nueva España en el último tercio del siglo XVIII beneficiaban más a la minería y al comercio que a la ganadería y agricultura. El ganado, principal riqueza del marquesado, se vendía a bajo precio y los bienes de consumo eran cada vez más caros. Los latifundios ganaderos fueron vistos por la Corona española como un lastre para el desarrollo económico del virreinato.
A lo anterior hay que sumar el derroche de la familia, que vivía en la Ciudad de México y ocasionalmente visitaba sus propiedades. Los gastos para mantener su estatus e influencia eran elevados. De pronto, la vida que llevaban perdió su soporte económico. Según el libro "Formación y decadencia de una fortuna...", entre 1800 y 1809 las deudas ascendían a 586 mil 503 pesos y los compromisos financieros consumían el 62 por ciento de las utilidades brutas. El estado de insolvencia en el que cayó el marqués le cerró las posibilidades de más créditos.
Por si fuera poco, en 1809 surge un conflicto familiar. La nieta del marqués, que a la vez era su nuera -la endogamia típica de la nobleza-, María Dolores Valdivielso, obliga a Pedro Ignacio a someterse a un juicio de árbitros sobre la división de bienes libres entre los dos mayorazgos (el de Aguayo y el del Álamo). La quiebra era inminente antes del estallido de la lucha de Independencia.
EL 'ORO BLANCO' Y LOS MINERALES
Como ya se dijo, la agricultura tenía poco auge en estas tierras antes de que estallara la rebelión insurgente. Se trataba principalmente de una agricultura de subsistencia. No obstante, existen registros de que ya a finales del siglo XVIII y principios del XIX comenzaba a cultivarse el algodón en la región, el famoso "oro blanco" que posteriormente detonaría el desarrollo económico de la comarca.
El cronista de Torreón, Sergio Corona Páez, en su libro "La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria", establece que el algodón ya se cultivaba en el partido de Parras desde 1787, "o antes". Según sus investigaciones, en 1810 inició la siembra de la fibra en San José y Santiago del Álamo (hoy Viesca). En ese año se cosecharon dos arrobas de algodón (alrededor de 23 kilogramos), las cuales se vendieron en 20 reales cada una, para dar un total de 5 pesos.
El historiador explica el origen de este cultivo en la región como parte de los problemas políticos y económicos por los que atravesaba la Corona española. "El bloqueo napoleónico al comercio inglés, sumado a la invasión de España por los franceses en 1808, fueron los factores externos que afectaron el abastecimiento novohispano de telas de algodón. A estos factores se agregó el desorden causado por la guerra de Independencia mexicana. En consecuencia, las telas escasearon, subieron los precios y se estimuló la producción textil novohispana". Así pues, la demanda de algodón en las fábricas de Nueva España impulsó la siembra en esta región.
En cuanto a la minería, la importancia de esta actividad era escasa en La Laguna, en comparación con los reales de Zacatecas y Guanajuato. Aun así, la extracción de minerales en Mapimí, no era desdeñable. En su libro "4 monografías", el profesor José Santos Valdés, establece que ya en 1777 en dicha villa había 13 minas, entre ellas la de Ojuela, y 7 haciendas de fundición, de las que salían de 12 a 15 mil barras de plata.
LA ADMINISTRACIÓN POLÍTICA
En 1810 La Laguna ya estaba dividida en términos de administración política. Desde 1786 el distrito de Parras, que abarcaba los actuales municipios de Parras, Viesca, Matamoros, San Pedro, Madero y Torreón, pasó a pertenecer a la provincia de Coahuila, también conocida como Nueva Extremadura, mientras que el resto de la región quedó bajo la jurisdicción política de la provincia de Durango, perteneciente a la gobernación de la Nueva Vizcaya, que incluía también Chihuahua.
De acuerdo con el libro "Historia de las divisiones territoriales de México" de Edmundo O'Gorman, el norte de la Nueva España estaba entonces dividido en dos comandancias a efectos de tener un mayor control militar sobre ese vasto territorio que durante mucho tiempo quedó a expensas del poder y arbitrio de los terratenientes, entre ellos el marqués de Aguayo. Una de las comandancias era la de las Provincias Internas de Oriente, que abarcaba las provincias de Coahuila, Texas, el Nuevo Reino de León y la colonia del Nuevo Santander (hoy Tamaulipas. La otra comandancia era la de las Provincias Internas de Occidente, que comprendía las gobernaciones de las provincias de Sonora y Sinaloa, Nueva Vizcaya y Nuevo México.
Para cuestiones fiscales, el territorio de Nueva España se dividía en intendencias. La Laguna estaba partida también en este sentido. La provincia de Coahuila, junto con Nuevo León, Nuevo Santander y Texas, pertenecía a la intendencia de San Luis Potosí; la de Durango tenía su propia intendencia que se extendía hasta la provincia de Chihuahua.
Como puede observarse, la unidad económica y social de la región desde entonces no tenía correspondencia con la división político-administrativa dictada arbitrariamente desde el gobierno central de la Nueva España, situación que, 200 años después seguimos padeciendo los laguneros.
LA HOSTILIDAD DEL TERRITORIO
A la hostilidad de la naturaleza de estas tierras, sólo aliviada por las avenidas anuales de los ríos Nazas y Aguanaval y por la existencia de algunos manantiales, hay que sumar los ataques continuos de los aborígenes nómadas y seminómadas que resistieron al exterminio de los conquistadores, la evangelización de los misioneros y el sometimiento de los hacendados.
Alejandro de Humboldt, en su excelente libro "Ensayo político sobre el reino de la Nueva España", publicado en 1822, narra cómo todavía en la primera década del siglo XIX los comanches y chichimecas, que se refugiaban en el Bolsón de Mapimí, inquietaban a los pobladores de estas tierras y los forzaban a viajar en caravanas y bien armados. Los presidios (cuarteles) que existían, dice, "están demasiado distantes unos de otros para poder impedir las incursiones de estos salvajes que, semejantes a los beduinos del desierto, conocen todos los ardides de la guerra de guerrilla".
No obstante que el número de esas tribus había disminuido desde fines del último siglo y que, por lo mismo, sus incursiones ya no eran tan frecuentes, "su encarnizamiento contra los blancos ha continuado siempre el mismo; porque es el efecto de una guerra de exterminio que una política bárbara emprendió y sostuvo con más valor que buen éxito". Ese encarnizamiento era una reacción al trato que recibían los antiguos pobladores de esta tierra de los españoles y criollos, quienes, según Humboldt, "cazaban a los indios como si fueran venados".
Uno de esos aborígenes era el conocido como el indio Rafael, cuya figura no está exenta de leyenda, y que las crónicas cuentan que asoló las poblaciones de la zona a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Según el libro "Antecedentes históricos a la fundación de Torreón", del historiador regional Gildardo Contreras Palacios, el margen de acción de este personaje "era muy amplio, pues abarcaba la zona limítrofe de los hoy estados de Coahuila, Durango y Chihuahua", es decir, el Bolsón de Mapimí.
El autor dice que Rafael se hacía acompañar de otra persona llamada Antonio, y por sus nombres, supone que se trataba de "indios rebeldes que con anterioridad habían pertenecido a alguna comunidad y que habían sido bautizados normalmente, pero que no aceptaban el ingreso de la civilización que se estaba gestando en la región". Contreras habla de registros fechados entre 1806 y 1810, en los que se da cuenta de los asesinatos posiblemente perpetrados por el indio Rafael y su tribu. El temor se propagaba. La inseguridad era parte de la vida cotidiana de los pobladores de la región en aquella época.
CRUCE DE CAMINOS... DESDE ENTONCES
Con todo y esa hostilidad, La Laguna ofrecía una ventaja para algunos visionarios: su estratégica ubicación geográfica. En 1810 la región era atravesada por el camino real y sus brechas adyacentes, que unían a la ciudad de Durango con Monterrey, y al centro de la Nueva España con la ciudad de Chihuahua.
Esta ventaja fue aprovechada muy pronto. En "4 monografías", de Santos Valdés, se menciona que desde 1670 existía, cerca de lo que hoy es la colonia San Isidro, en Lerdo, una oficina que brindaba el servicio de diligencias, a la que se le denominó "Posta Central de Figueroa", creada por Alfonso Figueroa y Pereyra. Ahí pasaban, salían y llegaban viajeros a pie, a caballo y en carretas, así como carretones con mercancías y valijas de correos, éste último servicio principal de la posta. Cuando se dio el levantamiento de los insurgentes, este punto continuaba dando servicio. La Laguna en 1810 era también un cruce de caminos.
Como hemos podido observar, había vida en la Comarca Lagunera en 1810. Pero una vida llena de dificultades derivada de la aridez de la tierra, del temor a los ataques de los indígenas insumisos, de la explotación desmedida y de una concentración de riqueza que dejó como profunda huella la desigualdad social y económica, mal que, de alguna manera, aún seguimos padeciendo.
El primer héroe lagunero
El 21 de marzo de 1811, Miguel Hidalgo fue hecho prisionero junto a otros líderes insurgentes en las norias de Baján, hoy municipio de Castaños, en Coahuila. Días después es enviado a Chihuahua para ser procesado. En su trayecto, cruzó por La Laguna. Aunque algunos historiadores lo ponen en duda, se dice que Hidalgo llegó el 8 de abril al Rancho de San Fernando, hoy Ciudad Lerdo, en donde pasó la noche. La autoridad de ese lugar era el juez de paz Sixto Maldonado, de cuyos antecedentes sólo se sabe que era originario de La Goma.
En su libro "Matamoros, ciudad lagunera", José Santos Valdés asegura que Maldonado firmó la "cordillera 11" (una especie de bitácora) en la que se registró el paso de los insurgentes prisioneros por el rancho. Un año más tarde se rebeló contra la autoridad del virrey y "se unió en Santiago Papasquiaro a las fuerzas rebeldes de Santiago Baca Ortiz", quien luego se convirtió en el primer gobernador constitucional de Durango.
Es todo lo que se sabe de Sixto Maldonado. No hay más registros de este héroe que La Laguna aportó a la causa de la Independencia.
Ya existían en 1810
Para el año del levantamiento de Miguel Hidalgo, en la región ya existían, entre otros, los siguientes asentamientos:
⇒ Hacienda de Avilés (hoy Ciudad Juárez, Dgo.)
⇒ La Goma
⇒ Rancho de San Isidro (hoy colonia lerdense)
⇒ Rancho de San Fernando (hoy Lerdo, Dgo.)
⇒ San Juan de Casta (hoy León Guzmán)
⇒ Santiago de Mapimí
⇒ Sapioriz
⇒ San Sebastián (hoy ejido gomezpalatino)
⇒ Santa María de las Parras (hoy Parras de la Fuente)
⇒ Ximulco (hoy La Flor de Jimulco, ejido de Torreón)
⇒ El Gatuño (hoy Congregación Hidalgo)
⇒ Hacienda de San Lorenzo
⇒ Hacienda de Santa Ana de Hornos
⇒ San José y Santiago del Álamo (hoy Viesca)
⇒ Cuencamé.
⇒ Cinco Señores (hoy Nazas)